lunes, 13 de julio de 2009

La mudanza

Bueno, para eso están los amigos. El tío Ozy tenía que marcharse de una casa que había dejado de ser su hogar, por obra y gracia de una mujer algo ligera de cascos, y necesitaba a alguien que le echase una mano. Así que cogimos el pasado fin de semana, el primero de mis vacaciones, y nos fuimos de Lorca a Málaga. En principio íbamos a ir él y yo solos, pero a última hora se apuntaron Xara y su barriga. Y, por supuesto...




Flat Eric se agarró al volante al salir de Lorca y ya no lo soltó. Se tomó un carajillo en cada una de las gasolineras de la ruta, y consiguió cepillarse a una rusa que hacía la calle, digo la autopista, mientras Ozy, Xara y yo nos apretábamos en el asiento de la derecha fingiendo que no veíamos ni oíamos nada.

Salimos el sábado por la mañana, en un camión alquilado, a pocos metros de mi trabajo. Al ir a echar gasolina nos encontramos con una escena propia del Apocalipsis de Stephen King, un gran libro sobre una peste que mata al 99,4% de los humanos, que estoy releyendo estos días, y que, por cierto, iba dando tumbos en la caja vacía del camión. Una gasolinera abandonada, en medio de la cual criaba polvo un coche de culto, un Citroën Tiburón que puede valer su peso en oro.




Cruzamos las provincias de Granada, Almería y Málaga, y finalmente llegamos a la capital malagueña, donde nos recibió esta típica estampa del veraneo mediterráneo.

Miles y miles de coches amontonados bajo el sol, convertidos en celdas refrigeradas e inmóviles como en una película de ciencia-ficción de miedo, donde se hacinaban los que iban a pasar su mes anual de libertad tostándose al sol, bañándose en agua sucia, durmiendo en zulos y con el cerebro en stand-by. Ahí estaban, escuchando la canción del verano y apretando el claxon para ver si pasaba como aquella vez en Jericó, cuando el sonido de la trompeta derribó todos los obstáculos.

Dejamos a un lado al Homo Sapiens y nos metimos en el centro de la ciudad. Por el medio de Málaga pasa el cauce seco del río Guadalmedina. El nombre ya me cargaba, porque el conde de Guadalmedina es el aristócrata que traiciona al capitán Alatriste; pero después de llegar a Málaga, el maldito nombre aún se me hizo más cargante.






Tengo una docena más, pero no quiero ser pesao. Vamos, que ni el Guadiana. Los de Tráfico deberían haber puesto un cartel: "Atención. Río Guadalmedina en 20 km."

Claro que Málaga tiene otras cosas que compensan el aburrimiento por el dichoso río.



Después de varios kilómetros a 180 por hora, conseguimos arrancar del volante a Flat Eric, empeñado en recorrerse la calle, o el carril, palmo a palmo. Nos llenó la caja del camión de tangas arrancaos. Su venganza por haberle estropeado el plan fue terrible: mirad por dónde tuvo las narices de meterse con el camión.

Bueno; llegamos a la antigua casa de Ozy y empezamos a llevarnos sus cosas. El hombre pensaba que había encontrado un hogar, pero su ex, más que un hogar, ha querido tener un picadero. Cuando acabe el verano se despedirá de su novio y se volverá a casa de sus padres. Habéis leído bien. La chica se levantó el lunes con un novio que pensaba que el año que viene se iban a casar, ese mismo lunes le dijo que lo suyo se había acabado, y el martes se levantó en la misma cama, pero con otro tío, mientras Ozy se quedaba sin pareja, sin casa y sin proyecto de futuro.

Afortunadamente, cuando Dios cierra una puerta abre una ventana, y de ahí la mudanza, porque ha encontrado curro en un pueblo de Murcia. Así que dejamos ese piso cerrando de un portazo y nos marchamos. El sábado por la noche nos quedamos en el apartamento de unos amigos, y al día siguiente volvimos a Murcia.

Fue inevitable volver a cruzar el río de los mil letreros.




En fin... un nuevo capítulo en la vida de nuestro amigo. No fue posible arraigar en Málaga; ahora se ha alquilado un adosado cojonudo en un pueblico murciano. Que le den por culo a Málaga y a quien se quiso quedar atrás.


Yo, para ser feliz, quiero un camión...



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