lunes, 31 de agosto de 2009

¿Velocidad... la justa?

Bueno, pues éstas son las consecuencias de un impacto entre dos camiones en una cuesta arriba. Se ha producido hoy a primera hora de la tarde, en una de las autovías murcianas. Los restos que hay esparcidos pertenecen a una caravana de feriantes, que subía remolcada por un camión antiguo, parece ser que a muy poca velocidad. El accidente se ha producido en una recta, cuando otro camión se ha empotrado por atrás y ha atravesado literalmente la caravana. Por suerte no ha habido muertos, sólo un herido leve.






El camión del fondo es el que ha pasado por encima


Ahora habrá que ver los tacógrafos; en principio parece que el camión que transportaba la caravana iba muy lento, algo que no está prohibido, más si circulaba por un carril de vehículos lentos; sin embargo, es una pena que no se impida ir arrastrándose por las carreteras, porque muchas veces aunque sólo vayas a 80 ó 90 puedes encontrarte un verdadero muro ocupando tu carril. En cuanto al otro camión... no sé a qué velocidad podría ir, pero ir en una recta con varios kilómetros de visibilidad, con tres carriles, en plena subida, y conseguir atravesar un remolque, por muy lento que fuera... eso no se consigue yendo a 90 por hora.

Este camión ha pasado por encima de la caravana


sábado, 29 de agosto de 2009

Cela, Segovia y Zapatero

Por supuesto, cuando era más joven leí La colmena unas cuantas veces. Yo he sido siempre amigo de releer, porque en un libro no me interesa tanto el final como el recorrido. He rabiado más de diez veces viendo cómo apaleaban a los Churruchaos, he visto quemar la abadía que acogió a Guillermo de Baskerville en media docena de ocasiones, me he preguntado otras tantas adónde irán en invierno los patos del estanque de Central Park... y he paseado por el café de doña Rosa en innumerables ocasiones, pero siempre de prestado. Y es que, cuando me emancipé, me traje conmigo buena parte de la biblioteca que mis padres me habían ido comprando, pero no pude llevarme La colmena, porque el ejemplar que había por casa pertenece a una colección de cien novelas -las Joyas Ejemplares de la Literatura Universal, o algo semejante-, que mis padres fueron reuniendo con esfuerzo, quitándose a lo mejor algún capricho, para que sus hijos tuvieran la cultura al alcance de la mano. Y no es cuestión de mellar la colección. Misión cumplida, lo digo con orgullo de hijo, porque el amor por los libros es algo que me ha acompañado siempre y no me abandonará jamás. Por eso me dolía no tener en mi propio hogar un ejemplar del libro. Bueno, pues este verano mi mujer y yo pasamos unos días en Madrid, en casa de mi suegra, aprovechando que ella estaba de vacaciones en la provincia de Lugo, y en uno de nuestros paseos vespertinos nos acercamos a la Cuesta de Moyano, uno de los lugares más acogedores de Madrid, sede permanente de una exposición de libros de todo pelaje. Allí, en el cajón de los saldos, a euro, había un ejemplar de La colmena con las cubiertas gastadas, las hojas amarillentas, el nombre de una tal Ana María en la primera página, con el año 1979 ribeteado de rojo, que se vino de inmediato con nosotros.

En fin, que estoy releyendo La colmena y me he embebido del ambiente de la España de la postguerra. El hambre, el estraperlo, las represalias, los lutos, y todo lo que supuso la pérdida de la democracia y del modesto progreso que supuso la II República. Y cómo no, la tuberculosis. Ahora me vienen a la mente aquellos sellos de los primeros tiempos del Franquismo, preciosos si hacemos abstracción de su contenido: los sellos Pro Tuberculosos, con su cruz de Lorena estampada en rojo sobre fondos de enfermeras, aviones o campanas. Mi abuelo Antonio también supo transmitirme el amor por la historia, la geografía y la pintura de la mano de los sellos de correos que él coleccionaba desde niño -les hablo de la regencia de María Cristina-, y que todos los veranos compartía conmigo, encantado por el hecho de que su nieto mayor, que además llevaba su nombre, también le hubiera salido filatélico. En otra de sus novelas leíbles, Pabellón de infantes, Camilo José Cela narró el día a día de un grupo de aquellos enfermos sentenciados a una larguísima condena que la mayor parte de las veces concluía con una muerte. La tuberculosis, que golpeaba preferentemente a las lánguidas doncellas de las ciudades provincianas, o a los poetas insomnes de espíritu quebrantado y estómago vacío. La enfermedad es una visitante asidua del café de doña Rosa, la abeja reina gorda y cruel en torno a la que giran los trescientos personajes de La colmena. Por eso me he puesto a reflexionar sobre ella, y pensando en la tisis he terminado en Segovia.



Sanatorio antituberculoso de Aigües
(Alicante), hoy abandonado




Segovia es una ciudad que yo sólo he visitado en un par de ocasiones, para quedarme extasiado por su acueducto y su alcázar. También recuerdo la catedral, una iglesia -¿templaria?- que se ve desde uno de los ventanales del alcázar, y unas morcillas que nos comimos en un restaurante; poco más. Pero quiero sacar Segovia a colación, porque hace mucho tiempo que la pongo como ejemplo de los errores donde nos puede llevar el sacar conclusiones precipitadas. Recuerden que en este titular también menciono a Zapatero; pronto llegaremos a él.

La historia que recuerdo -con alfileres- afirmaba que el clima de Segovia era muy malo para los tuberculosos, porque aquella provincia tenía la tasa de mortandad por la tisis más elevada de España. Luego daba cifras espeluznantes; resulta que en Segovia se moría por la tuberculosis diez o veinte veces más gente que en el resto del país, por lo que uno llegaba a la conclusión de que para combatir el mal, lo mejor era alejarse lo más posible de aquel clima seco y frío. De hecho, ahora me viene a la cabeza que eso fue, precisamente, lo que Pío Baroja forzó a hacer a uno de los hermanos de Andrés Hurtado, el protagonista de El árbol de la Ciencia. Don Pío cogió al chiquillo -leo en la Wikipedia que se llamaba Luisito- e hizo que Andrés se lo llevase a una casita de la huerta valenciana, al tópico más alejado de la ciudad de Segovia que pudo encontrar. No seré yo quien contradiga a don Pío, que al fin y al cabo tenía estudios de Medicina, pero al final, a pesar del clima mediterráneo, el niño Luisito murió. Tal vez yendo a Segovia habría tenido más suerte. Y es que la alarmante tasa de mortandad que tenía esta provincia se debía, precisamente, al gran número de tísicos que iban a curarse a los numerosos sanatorios antituberculosos de las montañas segovianas, atraídos por el ambiente frío y seco que era el mejor aliado contra la enfermedad. Es decir, que por ser una de las zonas más saludables, hasta allí se trasladaban los tuberculosos que se lo podían permitir. Y los que no, también, que también había sanatorios para pobres. Colgarle a la pobre Segovia el sambenito de tumba de tuberculosos, es tan injusto como decir que el hospital "Rafael Méndez" es el lugar más peligroso de toda Lorca, porque es allí donde se firma el mayor número de defunciones. Y todo esto me lleva a nuestro presidente Zapatero, al que la derecha pretende echar la culpa del fracaso de una política y una economía suicidas, iniciadas por otros, y que tal vez como rechazo le han llevado a él al poder.

A los políticos del Partido Popular se les llena la boca repitiendo que de cada diez parados de la Unión Europea, siete, ocho, once son españoles. Y que mientras otros países ya han salido de la crisis, a nosotros todavía nos queda mucho para levantar cabeza. Verán; los que nos consideramos de izquierdas hace muchísimo tiempo que estábamos diciendo que el modelo neoliberal iba a provocar una crisis gordísima. Y, si les parece, vamos a volver a un libro, una obra de un escritor tan mitificado en mi tierra valenciana, como nada leído: Gabriel Miró. Años y leguas traza un paisaje idílico de la costa alicantina, por la zona de Altea, Calpe, Benidorm, Finestrat. Bancales con almendros, infinitos campos de naranjos, chumberas, granados, algarrobos, nispereros... casetas con el burro, las ovejas y las gallinas. La novela se desarrolla en las primeras décadas del siglo XX, y dibuja un escenario absolutamente distinto del que hemos conocido quienes hemos recorrido esas mismas costas dos o tres generaciones después.


Madrid, junto a la plaza de Castilla.
Urbanismo de dimensiones extraterrestres



En los años setenta yo era un niño que se bañaba en Benidorm, en San Juan o en la alicantina playa del Postiguet, en unos arenales donde a las cinco de la tarde ya te tapaba la sombra de los rascacielos. He visto bancales resecos, rotos aquí y allá por una carretera o un vertedero, acequias llenas de basura, árboles polvorientos sepultados en escombros, casetas sin tejado, con las ventanas rotas, apestando a orines. Hasta hace un par de generaciones, en Levante teníamos huerta -algo que aquí, en Murcia, por lo menos se ha sabido preservar-, y en cada pueblo de mediano tamaño había media docena de empresas que daban trabajo a toda la comarca: calzado de Elche o de Elda, alfombras de Crevillente, juguetes de Ibi, pasas de Denia, tomates de San Juan o de donde los cabestros -me perdonarán que no mencione al pueblo rival del mío-... lonjas como Campello, Santa Pola, Villajoyosa o Denia capaces de abastecer de pescado a media España. Pues bien, todo eso se lo llevó por delante el boom de la construcción. El cargarse el litoral, que era de todos, es decir, de nadie, y por lo tanto terreno abonado para el pelotazo.


Costa de Águilas, en la zona de El Hornillo



Eran aquellos tiempos en que los listos neoliberales -todos los liberales han sido siempre muy listos-, te decían, con displicencia, que quien a los veinte años no era de izquierdas es porque no tenía corazón, pero quien a los cuarenta seguía siendo de izquierdas es porque era idiota, y luego añadían: "¡Es la economía, estúpido!", un grito de guerra que venía a decir que el fin justificaba los medios, y que el único fin, por supuesto, era hacer pasta. Cogíamos los bancales y las huertas y recalificábamos, venga rascacielos, venga promociones de cien, quinientos, dos mil adosados, con un nombrecito evocador, cómo no, estilo "Los Naranjos de la Huerta" o "El Vergel de las Colinas", para que nos creyésemos que aquellas atrocidades de cemento eran una faceta más, la única posible, de la Naturaleza. Cualquier obrerete con su contrato indefinido, es decir, precario, se endeudaba a cuarenta o cincuenta años por un adosado o un piso quince en octava línea de playa, todos los alcaldes metían la piqueta en los bosques, echaban abajo casas con uno o dos siglos de historia, y convertían sus pueblos en Benidorm. Los hijos de los pescadores, de los zapateros, de los fabricantes de alfombras, de los alfareros, de los campesinos, se hacían camareros o albañiles y antes de los veinte años tenían un BMW a pagar en cien mil cómodos plazos. Por otro lado estaban las víctimas de la titulitis, aquéllos que sólo querían sacarse una carrera, la que fuera, para no quedarse con el "cutre" título de la Formación Profesional, y que ahora, a punto de llegar a los treinta años, siguen ocupando la habitación de cuando eran niños, en la casa de sus padres, pensando, como mucho, en sacarse una oposición.



Costas e interior de Bolnuevo (Mazarrón)



Poco a poco el liberalismo nos fue encenagando en la codicia y nos llevó a despreciar las formas tradicionales de vida. El principio era fácil: se compraba un terreno rústico, se esperaba a la recalificación, y se construían pisos que luego se vendían a treinta, cuarenta, sesenta millones de pesetas. Había gente que compraba un segundo piso antes de tener pagado el primero; éste luego se alquilaba a otra familia, que era la que te pagaba la hipoteca. Y así íbamos poniendo todos los huevos en la misma cesta, apostando por el ladrillo y nada más que el ladrillo, cargándonos de paso el litoral, perpetrando las aberraciones que se ven desde la costa andaluza hasta la catalana. Gobernasen los socialistas, los populares o los de Convergència i Unió, en el fondo el modelo era el mismo, el liberalismo, el sálvese quien pueda, el hacer dinero fácil a cualquier precio.



Urbanización "sostenible" en Camposol, Mazarrón.
Al borde del abismo.


Hasta que en los lejanos Estados Unidos, nuestro modelo económico, filosófico, cultural e ideológico, el liberalismo salvaje, sin el control del Estado, provocó que un centenar de mangantes hicieran saltar la banca. Todo cayó en cadena. El trabajador que estaba alquilado en tu piso dejó de pagarte el alquiler, por lo que tú no pudiste pagar la hipoteca del adosado. La empresa a la que sucesivos Gobiernos permitieron abaratar el despido se fijó en ti, y en doscientos como tú, y liberalizó, y flexibilizó. Es decir, te echó a la calle dándote cuatro perras para contratar a un becario, o para quedarse con treinta tíos en el lugar en el que antes podíais comer tres mil, o para llevarse las máquinas a Marruecos o a Polonia, donde se pueden pagar sueldos de miseria.

Entonces empezamos a acordarnos del Estado y le pedimos que nos protegiera, pero desde el Gobierno nos dijeron que el libre mercado impide decirle al empresario que no eche a la calle a cinco mil trabajadores; que la Constitución Europea, votada con emoción por la mayoría de españoles, significa que el precio del dinero, los intereses de las hipotecas, y todos los valores económicos, ya no se deciden en las Cortes Generales, sino en un despacho de Bruselas. Los turistas dejaron de veranear en la costa mediterránea porque nos la hemos cargado por completo, y ahora nuestros hijos albañiles no encuentran trabajo en las obras, y nuestros hijos camareros ven cómo los chiringuitos están vacíos un sábado de verano a las dos de la tarde. Y ya no pueden emplearse en la fábrica de alfombras o de juguetes del padre, o en la explotación de naranjas o de tomates, porque todas ellas tuvieron que echar el cierre a causa de los productos chinos o marroquíes que entran sin control, como dispone el libre mercado. Tampoco se pueden dedicar al campo o a la granja, porque ahora hay una urbanización llamada "Las Praderas de Heidy", la mitad de cuyos pisos van a ser propiedad de los bancos de aquí a nada. Bancos a quienes tampoco se puede exigir que ayuden a la pequeña y mediana empresa, que no le nieguen tres mil euros a un comerciante, porque nuestro liberalismo ha sido tan tonto que tampoco ha cuidado a los autónomos y a los que han arriesgado su pequeño capital.

Y todo esto le ha pillado a Zapatero de Presidente, para satisfacción de la derecha, que así le puede echar la culpa al actual Gobierno de un modelo que llevaba décadas aplicándose, y que precisamente ellos ayudaron a desarrollar en gran medida. Y ahora lo único que cabe hacer es volver a posiciones medianamente de izquierdas, tratar de recuperar lo que podamos del sector público, y asumir que el Estado no es una entidad malvada que nos quiere impedir nuestra legítima aspiración de hacernos millonarios a toda costa, sino una herramienta de moderación emanada de nuestra voluntad. Al Jefe del Gobierno lo elegimos nosotros, al presidente del Banco Central Europeo, o del Fondo Monetario Internacional, no.





Parador de Turismo de Lorca,
tapando la torre erigida por Alfonso X el Sabio

Éste es el modelo liberal, eso es lo que la derecha lleva años defendiendo, lo que logró imponerse al final, por culpa del complejo que le entró a buena parte de la izquierda tras el desmantelamiento del bloque soviético: el modelo que decía que el mercado se regularía por sí solo, y que había que acabar cuanto antes con el control del Estado. Vale, el Estado perdió el control y todo se ha descontrolado. Si ocho de cada diez parados de Europa son españoles, es porque en España, ocho de cada diez negocios estaban relacionados con la especulación neoliberal. Volviendo a la novela con la que empezaba este artículo, hemos sido una colmena en la que todos hemos querido ser la abeja reina. Ahora, a llorarle a papá Estado, y a pedirle a Zapatero que intervenga, que modere y que tome las riendas de la economía. Vamos, que haga lo que pueda, que será lo poco que le dejen hacer los tratados internacionales, las normas de la libre competencia y todas esas mentiras con las que los ricos de verdad nos han dejado a los currantes con el culo al aire. Es lo que todos hemos venido votando en los últimos años. Así que ahora no le echemos la culpa de la tisis a la provincia de Segovia.


Los daños colaterales: 48º en el interior de un coche

Al final resultó que el liberalismo no era la panacea

domingo, 23 de agosto de 2009

La chapuza nacional


He podido recoger esta pequeña selección de chapuzas en un solo día. Éste es el típico ejemplo de campesino con más mala leche que cultura... no sabemos si el veneno será harsénico, kurare, hestrinina o sianuro.


El Palacio de Guevara, una de las joyas de Lorca. Un monumento señorial del siglo XVIII... que en el siglo XX fue objeto de una innoble chapuza, ahora al descubierto por las obras faraónicas del Plan E. Para igualar el firme de la calle, no se les ocurrió otra cosa que ocultar la parte inferior de las columnas. Esperemos que, aprovechando las obras, le pongan remedio a esta chapuza.


Éste es un típico ejemplo de la dificultad que tienen algunas personas para escribir la letra Z. Es muy similar al caso del campesino que proivía cojer limone, pero con el agravante de que, al fin y al cabo, al llauro no le pagan por hacer carteles, y al artesano que hizo la placa sí.

Esto, más que una chapuza, es un caso claro de mala suerte. Me parece recordar que la pastelería ya estaba cuando llegaron los diabéticos. En fin, tal y como están -o estaban- los precios de los inmuebles, está claro que no se puede ser demasiado selectivo. Espero que el de la boutique se habrá dado cuenta de que también hay bombones y pasteles especiales para diabéticos. La verdad es que la coincidencia tiene tela...

viernes, 21 de agosto de 2009

Bayron y su muleta

No sé si ustedes recordarán unas imágenes, brutales, que todas las televisiones de España emitieron hace algunos años. A mí no se me habían olvidado, han vuelto a golpearme al ver una de las fotos, colgada ayer por un periódico al informar de una muerte.

Un campo de fútbol, una cámara que enfoca a uno de sus extremos, al pasillo estrecho ubicado entre las gradas y la parte trasera de una de las porterías. Un grupo de jóvenes alborotando, pegándose, rompiendo las sillas... hacia allí se dirige un vigilante de seguridad, un "segurata" vestido de ocre y marrón. De repente, media docena de energúmenos le rodean, empiezan a darle patadas y puñetazos mientras sus compañeros tratan de abrirse paso entre la muchedumbre para echarle una mano. Un trabajador, que un domingo por la tarde, en vez de estar paseando con su mujer y sus hijos, o reposando sentado en el sofá viendo la tele, ha tenido que ponerse el uniforme, los zapatos y echar dos o tres horas en un campo de fútbol, de espaldas al juego, para que nadie se mate.

Y ahora le están dando una paliza, trata de coger la porra para defenderse, pero sus agresores le retuercen el brazo, le tiran al suelo, le dan una patada en la cara... y de repente, por el lado derecho de la pantalla, aparece un hombre joven y empieza a darle golpazos con una muleta que -luego se supo- había traído uno de sus amigos, que pretendía dar pena al guardia de la entrada para que le dejase entrar gratis. Seguramente el falso tullido habrá entrado gratis, poniendo al vigilante de la entrada en un compromiso si le pillan colando a la gente. A lo mejor el hombre al que le ha dado pena el chaval, tan joven y ya con las piernas estropeadas, es el mismo al que en ese preciso instante acaban de partirle la nariz con la contera.

Después de la paliza, y gracias a las cámaras de televisión -ay, la televisión, esa ventana al mundo, que nos abre la mente, tantas veces insultada-, los energúmenos fueron detenidos y puestos a disposición judicial. No pasaron en la cárcel tanto tiempo como el que muchos les habríamos deseado, por esos atajos que los delincuentes profesionales conocen de carrerilla, que si aún no he cumplido dieciocho años, que si me voy a hacer un cursillo de macramé, que si ya llevo cinco días en el trullo y aún no me he pegado con nadie... en fin, si le valió a ese escupitajo ensangrentado de Iñaki de Juana, por qué no le iba a valer a una simple pandilla de matones.

El caso es que el individuo que destrozó literalmente la muleta contra la cabeza y el cuerpo de aquel vigilante de seguridad era un cartagenero que se llamaba Bayron -como lord Byron, que jamás usó una muleta, aunque él era cojo de verdad-, y que la semana pasada tuvo la mala suerte de matarse. Estaba en un parque, con unos amigos, manipulando una navaja que, según el informe del forense, no tenía más de un centímetro de hoja. Yo tampoco lo entiendo, no soy un experto en armas blancas, igual le había salido dentro de un huevo de chocolate. Bueno, pues parece ser que se puso a retar a sus colegas, jugando a que se la clavaba... con la mala fortuna de que se seccionó una arteria y murió desangrado ante la mirada incrédula del resto de la banda.

Pues eso. Que descanse en paz, que al fin y al cabo deja viuda y algún que otro hijo. Me ha parecido interesante comentárselo, porque es una muerte que resume toda una vida.

domingo, 16 de agosto de 2009

El material del que están hechos los sueños (y V)

Nunca olvidaré el día en que murió Robert Mitchum, porque fue una fecha muy alegre para todos los españoles...

He puesto esta frase aposta, porque me ha venido rodada, pero tengo la obligación de explicarla. Ya se podrán imaginar que el pobre Robert Mitchum no le hizo ningún daño a nuestro país. Sencillamente, el día de su muerte yo estaba en Valladolid, pasando el día con una amiga, hablando de la devolución de la colonia de Hong Kong a la China, después de muchos siglos de ocupación británica. Aquel día histórico para los ingleses tardó pocas horas en convertirse en histórico para los propios españoles: antes del mediodía, al meternos en un bar para picar algo, la programación de la tele se interrumpió, y un especial informativo nos dijo que la Guardia Civil acababa de liberar al funcionario de Prisiones José Antonio Ortega Lara, después de pasarse 532 días, desde el mes de enero de 1996, en un zulo de menos de tres metros cuadrados. En el bar hubo aplausos, sonrisas, apretones de mano entre los clientes y algunas voces, a las que sumé la mía, exigiendo la pena de muerte para aquellas bestias con forma de hombre que habían llevado a un trabajador a semejante estado. Por eso decía antes que el día en que murió Robert Mitchum fue un día muy feliz, pero no precisamente por ese motivo. A Mitchum le hemos visto en páginas anteriores en pleno Desembarco de Normandía. De él se cuenta que cierto director novel trató un día de explicarle cómo tenía que interpretar su papel, a lo que el veterano actor le respondió: Joven, a mí hay dos maneras de sacarme en pantalla: del lado derecho, y del lado izquierdo.

Con el permiso de Bogart, y de John Wayne, a quien hemos liquidado enentregas anteriores, estamos dejando a los tipos duros para el final. Porque ahí aparece Lee Marvin, con barba de seis días, sucio, llevando un sombrero roñoso y cantando I was born under a wondering star por las calles de la Ciudad Sin Nombre, la primera película suya que tuve ocasión de ver, que emitió Televisión Española como homenaje el día de su muerte, allá por el lejano 1987. Una película que contenía varios mensajes sorprendentes: el primero, el hecho de que Lee Marvin aceptase que su chica acabase en brazos del Socio, que era el nombre que le daban al gallito interpretado por Clint Eastwood. El segundo, que los máximos dirigentes de la Ciudad Sin Nombre se dejasen seducir por la promesa -disfrazada de lamento- de los protagonistas, de que su pueblo se iba a convertir en una pequeña metrópolis a la que empezarían a llegar más y más buscadores de oro, comerciantes, prostitutas, predicadores, aventureros, campesinos... ¡con lo bien que estaban allí, entre las montañas! ¿Para qué convertir un pequeño paraíso en un gran infierno? En fin, que, como se ve, la pasión por el ladrillo no la hemos inventado los españoles.

Otra película emblemática de Lee Marvin: Doce del patíbulo. Buena película, con la que en los años ochenta se hizo, si no recuerdo mal, una miniserie de televisión, también bastante entretenida, aunque a mí me sigue gustando mucho más la novela de E. M. Nathanson. No recuerdo en la película, pero en la serie, a uno de los soldados asesinos, que se llamaba Victor Franko, le cambiaron el apellido por Frankie, para no herir susceptibilidades. En la película, Marvin estaba acompañado por un verdadero pelotón de tipos duros, como Charles Bronson, Ernest Borgnine, Donald Sutherland o Telly Savalas.

Estos dos últimos protagonizan una de mis películas favoritas, Los violentos de Kelly, también ambientada en la II Guerra Mundial. Al igual que en Doce del patíbulo, aquí también se narra la historia de un grupo de soldados que cruzan el frente y se internan en las líneas enemigas, aunque con intenciones bien diferentes a las del grupo de ex presidiarios. El espectador se ve seducido por la presencia imponente de Clint Eastwood, Telly Savallas y de un Donald Sutherland que borda el papel de granuja medio loco, no se sabe si por la fatiga de combate o porque de pequeño ya era así. Viendo otros trabajos del actor, nos inclinamos a pensar esto último. Un grandísimo intérprete, sea en clave de comedia o cuando hace de malvado. Ahí está Fallen, con Denzel Washington, en la que un detective se enfrenta a un demonio -de los auténticos, con cuernos y rabo- que se va escapando, pasando de una persona a otra sólo con el roce de una mano. Hay una escena inolvidable en la que Washington y el diablo están en medio de la muchedumbre, y el demonio cada vez le habla desde una persona diferente.

Clint Eastwood ya es un actor más cercano a las nuevas generaciones. No sé si recordarán que el objetivo declarado de esta serie de artículos era quejarme del desconocimiento de muchos jóvenes acerca de los actores y las películas que hicieron nuestra vida más rica, y aportar mi modesto granito de arena. Pero Eastwood no necesita que lo presentemos en las aulas de Secundaria o en las zonas de marcha. De eso se encargan dos de sus arquetipos: el vaquero rubio del spaghetti western, y el policía sucio e implacable de las calles de San Francisco. Unas películas que ya tienen más de veinte años, lo que no les ha impedido estar en cabeza de las descargas, pagadas, de Internet.

El bueno, el feo y el malo debería de estudiarse en las escuelas de Cine. Y se estará estudiando, me imagino. La secuencia de Tuco -Tuco Benedicto Pacífico Juan María Ramírez, por favor- dando vueltas desesperado en busca de la tumba de Arch Stenton... y el duelo entre el trío de vaqueros, con la aparición inesperada de la musiquilla del reloj que nos recuerda a la primera película de la serie, La muerte tenía un precio. La peli lo tiene todo, empezando por unos actores de bandera: Eastwood, que al final demuestra que se merece el apodo de "el bueno"; Eli Wallach, "el feo", a quien podían haber apodado con la misma propiedad "el blasfemo", "el gafe" o "el marrano"... y Lee van Cleef, el malo más malo del mundo. Impagable el saludo que le dirige Tuco cuando se lo encuentra de oficial en un campamento de prisioneros sudistas: ¡Cuánto me alegro de verte! Cuando te vi aparecer, me dije: "Mira a ese puerco de Sentencia, ¡cómo ha sabido subir!"...

Parecía que esta serie de artículos iba a acabarse con los tipos duros, pero no me resisto a comentar un cotilleo, que por más que sea falso ya ha pasado a la leyenda del cine, y que nos permitirá cambiar de tercio con una sonrisa: y es que siempre se ha dicho que Clint Eastwood era hijo ilegítimo de Stan Laurel, es decir, de el flaco de El Gordo y el Flaco, en la inevitable perífrasis. Por cierto, que, si se fijan, ya casi nadie emplea la palabra "flaco", ahora preferimos decir "delgado", un término que no tiene la flaquísima connotación peyorativa que se puede detectar en su sinónimo. La primera vez que escuché aquello de que Clint Eastwood pudiera ser hijo ilegítimo del Flaco rechacé aquella insensatez con un gesto de mi cabeza infantil: no me imaginaba ni al Gordo ni al Flaco haciendo el amor; era tan descabellado como imaginarme que mis padres pudieran saber lo que era el sexo. Después, con el paso de los años, he continuado con mi negativa, pero con un argumento más sólido: quien de verdad se le parece al Flaco no es Clint Eastwood, es Dick van Dyke...

A mi abuela Pepucha le gustaba mucho Clint Eastwood. No sólo como vaquero, también como policía implacable. En mi casa, ver una película de Harry el Sucio era una vergüenza, porque mi hermano David ponía la tele a todo volumen, para que se escuchasen bien las barbaridades de Callahan, o del sargento Highway. Cuanto más blasfemaba aquel animal, más se reía mi pobre abuela, que era de misa diaria. La magia del cine.

Por cierto, que mi hermano y yo tardamos mucho en darnos cuenta de cuál era el actor al que se refería mi abuela, porque ella siempre le llamó Clin Estabú. Creo que es una constante de los ancianos, porque ya se ha convertido en un lugar común decir aquello de "Michael Daglas, el hijo de Kirk Duglas". Claro, en los tiempos del padre nadie sabía pronunciar el apellido. Recuerdos de otros tiempos en los que la lengua inglesa no ocupaba el lugar que ocupa hoy día, gracias a la tecnología e Internet. Un síntoma de cómo ha ganado terreno el inglés es que, en los albores del cine, se castellanizaban incluso los nombres de los actores. Stan Laurel y Oliver Hardy eran el Gordo y el Flaco, Charles Chaplin era Charlot, Buster Keaton era -vaya a saber por qué- Pamplinas... Posteriormente se respetaron los nombres en su forma original -imagínense Federico Astaire, Gracia Kelly, Humberto Bogart-, limitando la traducción a los títulos de las películas... y, desde hace más o menos diez años, se optó por mantener dichos títulos en su forma original, lo que, por otro lado, supuso un ahorro importante en marketing y cartelería. Hoy nos metemos en el cine a ver Matrix, Twister, American Pie, Final Phantasy... títulos que, muchas veces, no sabemos con certeza lo que nos quieren decir, pero que, francamente, nos importa un bledo.

He mencionado a los Douglas. De Kirk Douglas, cómo no: Espartaco, sobre uno de los héroes universales de todos los tiempos, el esclavo valiente que se atrevió a poner de rodillas a los amos del mundo. También le recuerdo haciendo de Van Gogh en El loco del pelo rojo. Un western con una banda sonora inolvidable, Duelo de titanes, con su Gunfight at O.K. Corral. Y sus piruetas, verdaderos pasos de baile... De Michael Douglas también podríamos hablar. Y de su mujer, Catherine Zeta-Jones, capaz de dejar a cualquiera sin palabras. Pero estaba recordando el cine de mi infancia...

En fin. No quiero marcharme sin hablar de los genios del humor. Charlie Chaplin, el Gordo y el Flaco... Buster Keaton, protagonista de una obra maestra, El maquinista de la General. Película que, en su tiempo, supuso un alarde de ingenio. Máquinas de tren que chocan, se cruzan y adelantan... con Buster Keaton saltando de vagón en vagón, haciendo carambolas con un tablón, arriesgándose a caerse delante de la máquina. Hace muchos años vi un documental en el que una viejecita recordaba el tinglado que se organizó en su pueblo cuando se rodaba la película. Para la escena en la que las locomotoras atraviesan un barranco por cuyo fondo corre un río, se construyó ex profeso un puente de madera, que luego se hizo arder por exigencias del guión. La anciana recordaba cómo la máquina de tren se precipitó por el barranco, soltando un silbido tremendo, hasta hundirse en el río. Sin maquetas ni efectos especiales.

Comenzaba esta larguísima serie de artículos, que espero me habrán sabido perdonar, contándoles que mi mujer había descubierto a Audrey Hepburn. Para cerrar el ciclo, les quiero hablar de otro de sus descubrimientos: hace unos meses, me oyó murmurar no sé qué de la parte contratante de la primera parte, me preguntó qué era ese trabalenguas, la remití al Youtube... y de esta forma entraron en su vida los Hermanos Marx. Por cierto, quiero aprovechar para desmentir lo del epitafio de Groucho. En la tumba del genial humorista no habría espacio ni siquiera para un Perdonen que no me levante. Groucho Marx fue incinerado, y sus cenizas pasan completamente desapercibidas, en un cementerio de no recuerdo dónde, detrás de una pequeña placa de lata con la estrella de David, su nombre y dos fechas. Cuando vi la foto, me recordó a ese panel con apartados de correos que hay en la oficina de la avenida Juan Carlos de Lorca, dicho con el debido respeto a los difuntos. En fin, en cualquier caso somos nosotros los que debemos levantarnos al paso de Groucho, Harpo y Chico, y de aquella mujerona tan ingenua como tierna que se llamó Margaret Dumont.

En fin; no les molesto más. Con estos artículos no sólo he querido entretenerles, sino, sobre todo, hacerles recordar las películas que abrieron nuestras mentes. Algunas nos llevaron a escenarios lejanos, interesantes, hermosos, exóticos... otras nos enseñaron a conocer a las personas, para lo bueno y para lo malo. Gangsters malvados, nazis demoníacos -valga la redundancia-, sheriffs valientes, mujeres sacrificadas o fatales, amigos para siempre... todas, gracias al arte de dos o tres docenas de profesionales, cada uno con sus propias circunstancias, su estilo y la misma ilusión por vivir otras vidas, y por hacérnoslas vivir a nosotros. Sus estrellas no se limitan a esos azulejos kitschs del Paseo de la Fama; tampoco hay que buscarlas arriba, en el firmamento. Las estrellas de Hollywood brillan en la memoria de cada cual, son esas chispitas que se encienden en lo más profundo de nuestro cerebro y que nos hacen reír, emocionarnos o estremecernos de miedo o de pasión, cada vez que recordamos una película, o tan siquiera una secuencia. En homenaje a todos ellos he querido compartir mis propios recuerdos con ustedes. Espero haber despertado algún recuerdo agradable en los lectores más veteranos; y ojalá que algún lector joven se haya quedado con la curiosidad de saber más, de bajarse o alquilar alguna película de ese tal Bogart, aquella Grace Kelly, ese James Stewart o aquella actriz tan refinada para la que el colmo de la tranquilidad era irse a desayunar a Tiffany's y dejar que le regalasen una sortija de las que vienen en las bolsas de patatas.

The End

sábado, 15 de agosto de 2009

Arqueología móvil (I)






Empieza un nuevo día; incluso el sol parece una gigantesca señal de tráfico, un disco en ámbar diciéndonos que tengamos precaución, que la carretera no es nuestra amiga...

Últimamente todos los coches me parecen iguales: soberbios y hostiles. De color oscuro, azules, grises, negros... de vez en cuando, un rojo, un naranja o un amarillo rompe la monotonía. Y, por supuesto, todos metalizados, llenos de reflejos. Con las mismas líneas diseñadas por el ordenador, con sus anodinos traseros en los que de tarde en tarde aparece alguna pegatina original.



Cuando era un niño, sabía identificar perfectamente todos los modelos que circulaban por nuestras carreteras. Por ejemplo, de los Renault podía recorrer de carrerilla toda la serie de los Renault, que en aquella época sólo tenían cifras. Podías decir "Renault 5" o, simplemente, "R-5". Ahora, a nadie se le ocurriría decir "R-Megane". Los Renault tenían toda la gama de cifras.

Estaba el R-4, que aún es muy frecuente en nuestras carreteras porque se siguió fabricando hasta hace algunos años. Hace unas semanas pude fotografiar este ejemplar, aparcado junto a una feria de ganado en un lugar próximo a Lorca. Es antiguo de verdad...




El dueño lo dejó aparcado así, con la puerta abierta... ¿quién se lo iba a robar? Algún arqueólogo, tal vez...



Después venía el R-5, que a mediados de los ochenta se convirtió en el Supercinco ("más cinco que el cinco"), y finalmente en el Renault Clío. En España hubo una versión modificada, que no llevó el número en cifras, sino con letras, porque sólo se reconoció en nuestro país: el Renault Siete, cuya placa identificativa me ha parecido un objeto mágico y realmente hermoso desde que era niño.



Entre los dos primos estaba el R-6, un auténtico clásico, con su forma pentagonal. Los sigue habiendo, y muchos, en numerosos pueblos. Siento una verdadera predilección por estos coches, los cazo siempre que los encuentro. En Lorca, en Totana, en Madrid, en Tarragona...


















Un coche que ha desaparecido casi por completo es el R-8. Los había monofaros y bifaros. Hubo una versión más alargada, el R-10, que decían que era muy peligroso: eran coches con el motor detrás, por lo que, en las cuestas muy pronunciadas, si las subías a mucha velocidad las ruedas delanteras perdían tracción y se podía ir de lado.

Este R-8 me lo encontré en Barcelona, al pie del cañón...





Otro de los clásicos era el Renault 12, que hasta hace pocos años seguía llenando nuestras carreteras, pero que ahora está prácticamente extinguido. Muchos de estos coches tuvieron una segunda oportunidad de la mano de los magrebíes, que vieron lo robustos que eran y los utilizaron, en ocasiones, para trasladarse desde Europa hasta Marruecos en las típicas operaciones "paso del Estrecho".

De los Renault, también era un clásico -de lujo- el Renault 18. Luego aparecieron el R-9 y el R-11, que siguen viéndose con frecuencia. Uno muy poco frecuente en España es el Renault 14, como éste de una zona rural -cómo no- de Lorca.





En años posteriores surgieron el R-19, el R-21 y el R-25, un auténtico transatlántico sobre ruedas. Y luego se cambió el chip, se quedaron sin números y los Renault empezaron a llamarse Clío, Twingo, Megane, Safrane... haciendo que los amantes de los coches, ya con algunos años y con cosas menos fascinantes en las que ocupar la mente -por ejemplo, aprobar exámenes y redactar currículums- empezamos a perder el ritmo.



Éste es un camión Ebro, en una de las pedanías rurales de Lorca. Tiene un gemelo de color naranja en un taller de un pueblo cercano, que funciona como grúa; a ver si algún día tengo la oportunidad de sacarle una foto...




(Continuará...)

viernes, 14 de agosto de 2009

Gente que nos ennoblece

Hoy, 14 de agosto, es el día de San Maximiliano María Kolbe. Un hombre digno, con mayúsculas, de aquéllos que demuestran la grandeza a la que nuestra especie puede llegar de vez en cuando.

El padre Kolbe era un fraile católico polaco, nacido a principios del siglo XX. Durante el nazismo fue internado en el campo de exterminio de Auschwitz. En el verano de 1941, como represalia por la fuga de un prisionero, los nazis ordenaron la ejecución de diez personas, elegidas al azar. La forma de asesinarlos iba a ser meterlos en una celda, sin comer ni beber, hasta que se muriesen. Uno de ellos fue un sargento polaco que al verse designado empezó a llorar, diciendo que tenía varios hijos, y que quién se iba a hacer cargo de ellos.

Entonces -tan sólo escribirlo me emociona-, el padre Kolbe dio un paso al frente, se encaró a los nazis y les dijo: "Dejadle a él y matadme a mí en su lugar. Soy un sacerdote y no tengo hijos". Las bestias se lo llevaron a él. Sobrevivió tres semanas en ayuno absoluto; luego, el 14 de agosto de 1941, los nazis lo remataron inyectándole veneno en el corazón.

En 1982, Juan Pablo II lo proclamó santo de la Iglesia Católica. Al acto de canonización asistió el sargento al que había salvado la vida, convertido en un viejecito de 81 años.

jueves, 13 de agosto de 2009

Malditas colillas


Éstas son las consecuencias de no tener cuidado cuando se va al monte. Alguien, que estaría cazando, o paseando, o haciendo el idiota. Y luego... bomberos, guardias civiles, policías, agentes forestales, vecinos, pilotos de helicóptero... jugándose el pellejo.

Este incendio se ha declarado este mediodía en los montes próximos a Las Terreras, un núcleo de población dependiente de la pedanía lorquina de La Paca. Han venido dos helicópteros, unos cinco camiones de diferentes parques de Bomberos, la Policía Local de Lorca, los agentes forestales, el Servicio de Emergencias Municipal -la antigua Protección Civil-... en fin, cerca de cincuenta personas luchando para extinguir las llamas.

La suerte es que el viento ha soplado en dirección opuesta a los pinares; si no, en vez de estas imágenes estaríamos viendo llamas de veinte metros. Ya hay que ser inconsciente. E idiota, porque cambiar el aroma del bosque por el humo del cigarrillo... Yo he sido fumador de puros, y podía esperar perfectamente un par de horitas antes de ponerme a fumar. Y no se me ocurría hacerlo cuando estaba en el bosque, con no sé cuántos grados de temperatura, y con viento.



Pedrada mortal

Llevábamos desde el pasado viernes esperando que bajasen las temperaturas, con la esperanza de un poco de lluvia que refrescase la huerta... y cuando han aparecido las nubes, lo han hecho de la peor manera posible, en forma de un granizo brutal que ha arruinado, tan sólo en Lorca, a un millar de personas.

El lunes, entre las cinco y las cinco y media de la tarde, una nube blanca y compacta arrasó buena parte de las Tierras Altas de Lorca. Las pedanías de Avilés, Coy, Doña Inés y La Paca vieron desaparecer sus cultivos bajo pedruscos de granizo del tamaño de huevos de gallina. Y en esta ocasión la medida no es un tópico, y tal vez se quede corta.




En la zona se cultivan, sobre todo, cereales, vid, almendros y tomates. Después de la granizada todos los frutos acabaron reventados, tirados por los suelos. Estos tomates ya se estaban recogiendo, al agricultor sólo le dio tiempo a regalarle una caja a una vecina, las primicias, la misma mañana del lunes. Por la tarde, esto es lo que quedaba.




Lo mismo pasó con las vides, cuyos pámpanos casi se podían comer. La clave está en el "casi", les faltaban dos o tres semanas para comenzar la temporada de vendimia. Se han partido las ramas de las cepas, lo que significa que al año que viene no habrá cosecha, habrá que esperar dos años.




En cuanto a las almendras... también estaban a punto de ser recogidas. Con el añadido, en este caso, de que las aseguradoras ponen tantísimas pegas, a la hora de asegurar los campos de almendros, que muy pocos agricultores llegan a asegurar sus cultivos.


Los afectados cifran las pérdidas entre el 80% y el 100% de los cultivos. Algo que yo me creo, porque me he pasado los dos últimos días allá arriba, viendo los campos. De verdad que da pena, todo el año currando y en tan sólo media hora...

Los daños en las casas han sido menores, pero también los ha habido. El granizo también golpeó con fuerza la zona habitada de Avilés: así quedó la plaza de la iglesia, llena de hojas y ramas.


El techo de este cobertizo es de uralita...




En resumen, una verdadera catástrofe. Por si fuera poco con la crisis y la ausencia de márgenes de beneficios. Ahora, a comprar los tomates de Marruecos, el vino de California y las almendras de Honolulú o Taiwán. Al triple de precio y con la mitad de garantías sanitarias.

lunes, 10 de agosto de 2009

La vida es así

Hay días en que uno se levanta con muy mal sabor de boca, viendo lo frágiles que somos y lo precaria que es, en el fondo, la felicidad que nos hemos ganado a pulso o que nos ha venido de rebote.

Me ha dolido mucho la muerte del capitán del club de fútbol R.C.D. Espanyol, Dani Jarque. Un hombre de 26 años, al que acababan de nombrar capitán del equipo de sus sueños, recién estrenado el nuevo estadio del club, que tenía a su mujer embarazada de ocho meses... y de repente, hablando con ella por teléfono, sin duda comentando las últimas pataditas del niño, o los últimos regalos en forma de camiseta o de babero... se va todo a la mierda, porque no se puede decir de otra manera, le da un ataque al corazón y se queda en el sitio. Una viuda, un huérfano, un hombre que hace pocos días concedía su primera entrevista como capitán y que esta misma semana se habrá convertido en una urna llena de ceniza.

Este tipo de muertes me recuerda, me recordará siempre, el trágico final de una familia que estuvo a punto de ser la mía, que de hecho lo fue durante algunos años. El día antes de Reyes, mis suegros invitan a cenar a la novia de su hijo, para conocerla. Delante de su mejor vajilla, con una de esas cenas típicas del Cantábrico que tanto apetecen en invierno, se juntan los anfitriones, su hija con el futuro yerno, el hijo, la novia recién entrada en la familia... pasan una noche entrañable, comiendo, charlando, brindando, hablando de los regalos de Reyes... después de medianoche, el dueño de la casa, un hombrón de cincuenta y tantos años que a base de mucho sudor había conseguido sacar adelante a los suyos, se despide y sube a su habitación a acostarse, deseándonos buenas noches. A las siete de la mañana sus vecinos y yo bajábamos su cuerpo hasta el furgón del tanatorio. A los tres años le acompañaba su hijo mayor, muerto del mismo mal, un maldito aneurisma, dejando atrás a su novia y al chalet que se estaban construyendo muro con muro del que construyó su difunto padre con sus propias manos.

Sigo con dos retazos de la prensa. Una familia va a pasar un domingo de playa en la barca del abuelo; éste mueve la embarcación para alejarla de la familia, y con la hélice mata a su nieta preferida, de cinco años. Un matrimonio está desayunando en Baleares, disfrutando de las vacaciones, cuando un delincuente habitual coge una furgoneta de reparto, porque sí, porque la tenía delante con el motor encendido, pisa los pedales y la estampa contra la mesa en la que la pareja está acabando su desayuno, matando al marido.

En fin, no me apetece amargarles el lunes, pero no todo va a ser hablar de cine y criticar a los políticos. Saquen las conclusiones, el consuelo, que les parezca más adecuado. Carpe díem, es decir, aprovechar los buenos momentos, o recordar que en el fondo este mundo no es más que la antesala de otro en el que nunca pasará nada malo. Yo, por suerte, tengo salud, hay un puesto de trabajo más o menos fijo que me espera cada lunes, y una familia que está creciendo. No tengo derecho a quejarme; pero, tal vez por eso mismo, hoy no puedo dejar de pensar en la viuda embarazada del capitán del Espanyol, o en los padres de la niña muerta en la barca de su abuelo.

viernes, 7 de agosto de 2009

Siempre pasan cosas


Una de las cosas que me convierten en un apasionado de mi trabajo, es que, como decía un amigo mío, "siempre pasan cosas". Hay días más aburridos, pesados, interminables... pero hay veces, como hoy, en que empiezas a las 8 de la mañana, acabas a las 7 de la tarde y te lo has pasado de maravilla.

A eso de las 9 de la mañana, el cámara y yo nos hemos ido a uno de los puertos de Águilas y nos hemos montado en el yate de una ONG. No se trata de una burla, ni de un cachondeo: hay un empresario que le ha cedido parte de su flota de aviones y barcos a una ONG, para que ésta comercialice paseos de lujo a un precio muy inferior. Los beneficios recaudados se destinan a ayudar a niños de Oriente Medio.

A mí también me ha parecido un poco extraño; sin embargo, ha servido para pasar una horita navegando por la bahía de Águilas, algo que siempre se agradece, a pesar de las aberraciones urbanísticas.


Después hemos ido a la perrera, situada en lo alto del monte, y hemos pasado un rato rodeados de cachorros. Por desgracia no he podido meterme en la jaula de los gatos, porque el cámara les tiene muchísima alergia, y no he querido fastidiarle.

Ya nos íbamos a la tele, cuando hemos visto un accidente increíble, de los más vistosos que he grabado últimamente, aunque por suerte no ha habido víctimas mortales. Parece ser que a un camión que circulaba por la autovía se le ha reventado una rueda; el camionero ha perdido el control, se ha estrellado contra un coche que le estaba adelantando, se ha ido contra la mediana de hormigón y ha seguido derrapando hasta tropezar con la pata de uno de los pórticos de señalización, los que ponen mensajes luminosos de lluvia, niebla, prohibido fumar... y demás. El golpe ha sido tan fuerte, que ha tirado al suelo el pórtico y ha cortado por completo uno de los sentidos de la autovía.

De inmediato han aparecido los servicios sanitarios, Bomberos, Guardia Civil... los Bomberos han atado una de las patas del pórtico a la trasera de un furgón y han conseguido reabrir el tráfico, dejando un carril libre. Impresionante.

Todo este follón me ha hecho comerme una hamburguesa de emergencia en un Burger; allí he quedado con Xara... y con el cámara de la tarde -hay días en que quemo a tres, me mandan uno por la mañana, otro por la tarde y otro para la noche-. Con él hemos vuelto a Águilas -digo "hemos", porque Xara y la barrigota se han venido con nosotros-; ahora, para entrevistar a una sueca morena y pecosa que se llama Noomi Rapace, que se está haciendo famosa en todo el mundo porque es la actriz que está interpretando a la protagonista de "Millenium", la trilogía de Stieg Larsson (ya sabéis, Los hombres que no amaban a las mujeres, y demás). Por supuesto, Xara se ha traído el tercer libro de la saga, y ha conseguido un autógrafo, unas fotos y aparecer en el informativo de la tarde junto a su querida Lisbeth Salander. Que, por cierto, es morena y pecosa porque su padre era un cantaor extremeño muy vinculado a Águilas.

En fin, un día completo. Ahora, a descansar, y mañana al pueblo, a ver a mi Madre y a un par de amigotes simpáticos.