sábado, 15 de agosto de 2009

Arqueología móvil (I)






Empieza un nuevo día; incluso el sol parece una gigantesca señal de tráfico, un disco en ámbar diciéndonos que tengamos precaución, que la carretera no es nuestra amiga...

Últimamente todos los coches me parecen iguales: soberbios y hostiles. De color oscuro, azules, grises, negros... de vez en cuando, un rojo, un naranja o un amarillo rompe la monotonía. Y, por supuesto, todos metalizados, llenos de reflejos. Con las mismas líneas diseñadas por el ordenador, con sus anodinos traseros en los que de tarde en tarde aparece alguna pegatina original.



Cuando era un niño, sabía identificar perfectamente todos los modelos que circulaban por nuestras carreteras. Por ejemplo, de los Renault podía recorrer de carrerilla toda la serie de los Renault, que en aquella época sólo tenían cifras. Podías decir "Renault 5" o, simplemente, "R-5". Ahora, a nadie se le ocurriría decir "R-Megane". Los Renault tenían toda la gama de cifras.

Estaba el R-4, que aún es muy frecuente en nuestras carreteras porque se siguió fabricando hasta hace algunos años. Hace unas semanas pude fotografiar este ejemplar, aparcado junto a una feria de ganado en un lugar próximo a Lorca. Es antiguo de verdad...




El dueño lo dejó aparcado así, con la puerta abierta... ¿quién se lo iba a robar? Algún arqueólogo, tal vez...



Después venía el R-5, que a mediados de los ochenta se convirtió en el Supercinco ("más cinco que el cinco"), y finalmente en el Renault Clío. En España hubo una versión modificada, que no llevó el número en cifras, sino con letras, porque sólo se reconoció en nuestro país: el Renault Siete, cuya placa identificativa me ha parecido un objeto mágico y realmente hermoso desde que era niño.



Entre los dos primos estaba el R-6, un auténtico clásico, con su forma pentagonal. Los sigue habiendo, y muchos, en numerosos pueblos. Siento una verdadera predilección por estos coches, los cazo siempre que los encuentro. En Lorca, en Totana, en Madrid, en Tarragona...


















Un coche que ha desaparecido casi por completo es el R-8. Los había monofaros y bifaros. Hubo una versión más alargada, el R-10, que decían que era muy peligroso: eran coches con el motor detrás, por lo que, en las cuestas muy pronunciadas, si las subías a mucha velocidad las ruedas delanteras perdían tracción y se podía ir de lado.

Este R-8 me lo encontré en Barcelona, al pie del cañón...





Otro de los clásicos era el Renault 12, que hasta hace pocos años seguía llenando nuestras carreteras, pero que ahora está prácticamente extinguido. Muchos de estos coches tuvieron una segunda oportunidad de la mano de los magrebíes, que vieron lo robustos que eran y los utilizaron, en ocasiones, para trasladarse desde Europa hasta Marruecos en las típicas operaciones "paso del Estrecho".

De los Renault, también era un clásico -de lujo- el Renault 18. Luego aparecieron el R-9 y el R-11, que siguen viéndose con frecuencia. Uno muy poco frecuente en España es el Renault 14, como éste de una zona rural -cómo no- de Lorca.





En años posteriores surgieron el R-19, el R-21 y el R-25, un auténtico transatlántico sobre ruedas. Y luego se cambió el chip, se quedaron sin números y los Renault empezaron a llamarse Clío, Twingo, Megane, Safrane... haciendo que los amantes de los coches, ya con algunos años y con cosas menos fascinantes en las que ocupar la mente -por ejemplo, aprobar exámenes y redactar currículums- empezamos a perder el ritmo.



Éste es un camión Ebro, en una de las pedanías rurales de Lorca. Tiene un gemelo de color naranja en un taller de un pueblo cercano, que funciona como grúa; a ver si algún día tengo la oportunidad de sacarle una foto...




(Continuará...)

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