miércoles, 9 de septiembre de 2009

Pero hombre, juez Garzón

Pero hombre, juez Garzón. ¿Cómo se le ocurre tratar de procesar al general Franco? Con la cantidad de imbéciles que hay en este país, que siguen negando todo lo malo del Franquismo, el habernos metido en guerra, el haber destrozado España de arriba abajo, el habernos llenado de mierda mandando la División Azul a combatir al lado de Hitler, el haber llenado nuestros pueblos de fusilamientos, de violaciones, de represalias, de robos, de hambre, de paro, de emigrantes... ¿Es que no se ha dado cuenta de que, treinta y cuatro años después de la muerte del dictador -en su camita del palacio, y de vejez-, en el país que ensangrentó y oprimió sigue habiendo calles y avenidas destinadas a él y a sus secuaces?

Claro que mucha culpa de todo la tiene la ignorancia. No la del típico borrachín que presume de politono de Cara al sol en la barra del bar, sino de las nuevas generaciones, hijas de la indiferencia, del todo vale y del qué rápido pasa todo. Hay muchos treintañeros, casi todos con sus estudios universitarios a cuestas, que no saben a quién están mentando cuando dicen con total naturalidad que viven en la calle del general Aranda, o del doctor Albiñana. Pasó hace algunos años en una pedanía de Alicante que se llama Villafranqueza, que cuando el alcalde puso un rótulo debajo de la placa, explicando que el doctor José María Albiñana había fundado el Partido Nacionalista Español, de tendencia filonazi, los vecinos salieron a la calle en tropel, pidiendo que se le quitase la placa a semejante personaje. La verdad; no sé si se la habrán quitado, ya que en Alicante sigue habiendo un barrio que se llama Jose Antonio, y una plaza dedicada a la División Azul.

Todos deberíamos saber a quién estamos honrando cuando mantenemos el nombre de un determinado edificio o un espacio público. Y deberíamos negarnos en redondo a seguir rindiendo homenaje a quienes han practicado actitudes contrarias a los valores que hemos definido como supremos e inquebrantables. Durante la Guerra Civil, el general Juan Yagüe, al mando de sus tropas marroquíes, pasó ciudades como Mérida y Badajoz a sangre y fuego, perpetrando una matanza que despertó el horror de Europa. José Antonio Primo de Rivera, a quien algunos ponen ahora como adalid de la izquierda y de la sensibilidad obrera, defendió principios radicalmente contrarios a la democracia que entre todos tratamos de sacar adelante. Háblenle al falangismo de matrimonios civiles, de divorcio, de laicismo, de igualdad entre el hombre y la mujer, de interculturalidad, y verán lo poco que tarda en sacar la pistola. El general José Sanjurjo -héroe indiscutible de la campaña de Alhucemas- traicionó el 14 de abril de 1931 a su rey Alfonso XIII, diciéndole que la Guardia Civil -que él dirigía- no estaba dispuesta a defenderle para que siguiera en el trono; traicionó el 10 de agosto de 1932 al Gobierno de Manuel Azaña, con un golpe de Estado fallido que se conoce precisamente como Sanjurjada; y volvió a traicionar al Gobierno republicano el 18 de julio de 1936, poniéndose al frente, desde el exilio, de lo que luego se llamó Alzamiento Nacional. Si bien el día 20 murió en un accidente de avión provocado por su soberbia, ya que se empeñó en meter en su frágil avioneta un arcón en el que llevaba más medallas y uniformes que el proverbial baúl de la Piquer. José Millán Astray fue un psicópata que defendió la violencia como el único recurso para imponer las ideas propias, frente a enemigos tan peligrosos como el diálogo o el consenso, y luego creó una Legión completamente distinta a los caballeros -y damas- que en nuestra actual democracia se encargan de llevar la paz a los territorios asolados por la guerra. Agustín Muñoz Grandes y su División Azul combatieron codo con codo con las Waffen-SS en la II Guerra Mundial, a las órdenes de Hitler, defendiendo el III Reich y todo lo que ello acarreaba, incluyendo los campos de exterminio.

A todos estos impresentables homenajeó la dictadura del general Francisco Franco durante cuarenta años, y por eso en aquel período se les otorgaron calles, estatuas y placas conmemorativas, además de prebendas como la que permitió que en los años noventa, el ex general Milans del Bosch, el golpista del 23-F, otro héroe de la División Azul, fuera inhumado nada menos que en la cripta del alcázar de Toledo, un edificio público cuyos gastos pagamos ustedes y yo con nuestros impuestos. Y ahí está Milans del Bosch, enterrado con honores, porque en 1936 fue uno de los "defensores", es decir, de los delincuentes que se refugiaron en la fortaleza para que no les apresase el legítimo Gobierno de España. Vamos, los típicos atracadores que se meten en un banco, toman rehenes y responden a tiros a las órdenes de rendición de la policía. Claro que alguien me dirá que ellos lo hicieron por ideología. A la vista está, aquella ideología tan coherente que tuvo el Movimiento Nacional, donde los falangistas eran republicanos y nacionalsindicalistas pero contrarios a la II República y a los sindicatos, los carlistas defendían a don Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este, digo a don Javier de Borbón Parma, digo a don Carlos VIII de Habsburgo, digo a don Carlos Hugo el socialista, digo a don Sixto Enrique el ultraderechista, digo a don Juan de Borbón y Battenberg, y muchos militares defendían a don Alfonso XIII, digo a don Juan, digo a don Juan Carlos, digo a don Alfonso Dampierre...

Claro que también hay mucho idiota que echa mano de los tópicos a la hora de defender lo indefendible, cayendo sin querer darse cuenta en el anacronismo. Resulta que con Franco no había delincuencia y se podían dejar abiertas las puertas de las casas, por la noche. Es evidente: en la España de los cuarenta y los cincuenta no había nada que robar. ¿Qué se iban a llevar los ladrones, las telarañas? Con el Franquismo había robos, asesinatos, violaciones y todas las obras de la maldad humana que nos han acompañado desde Caín y Abel. La violencia de género era una acompañante habitual para millones de mujeres, a quienes la Sección Femenina enseñaba que debían ser hacendosas y sumisas. El matrimonio era una lotería, el acto sexual una obligación -el débito conyugal-, y si además te tocaba un marido agresivo tenías que resignarte y someterte todavía más, como los perrillos que se pegan al suelo para que no los apaleen. Sin olvidar que, durante el Franquismo, el verdadero robo ya lo había hecho el Estado al desposeer de cargos y fondos a los enemigos del régimen, y a sus huérfanos. Aunque, claro, si no te metías en política, lograrías vivir bien. Que, traducido a hechos concretos, significaba que si renunciabas a decidir sobre el presente y el futuro de tu sociedad -o a opinar sobre ello-, si te sometías a las exigencias y rituales de la Iglesia aunque no fueras creyente, si renunciabas a la lengua propia de tu región, si tragabas todas las injusticias de tu puesto de trabajo, si reprimías tus impulsos homosexuales, tu amor por la persona con la que no estabas casado -o tu desamor por la persona con quien habías contraído matrimonio, tal vez para acallar una barriga delatora, fuente de injurias y rechazos-, si eras mujer y te resignabas a ser maestra, secretaria o enfermera... si te quedabas callado y quietecito, podías vivir algo parecido a la paz de los cementerios. Eso era vivir bien, y no lo que hacemos hoy en día por culpa de la maldita libertad.

Para todos los listos que andan buscando argumentos: con Franco tampoco había sida. Ni carteros comerciales. Ni spam. Ni ciberacoso. Ni películas de Steven Seagal. Ni Efecto 2000. Cualquier día haremos un catálogo con las cien cosas del siglo XXI que no teníamos con Franco. Iba a añadir que no había telebasura, hasta que me he acordado del No-Do con el Caudillo inaugurando pantanos, es decir, aplicando con treinta años de retraso la política hidrológica de Marcelino Domingo y la II República.

En fin. Que con todo este prodigio de lealtad, de ideología y de humanidad se ha ido a meter el juez Garzón. A quien algunos le reprochan que dejase al felipismo en la cuerda floja -tras haber sido engañado fugazmente por aquel gran encantador de serpientes- y otros no le perdonan que pusiera entre rejas, siquiera fugazmente, a Pinochet. Aquí tenemos yugos y flechas en las fachadas de los edificios, hay gente que vive en complejos que se llaman Francisco Franco, que ve nacer a sus hijos en el Hospital General Yagüe. A algunos les gusta y muerden cuando se les quiere quitar; a otros les repugna pero no se atreven a levantar la voz para exigir que les cambien el nombre; y otros simplemente pasan de todo.

Tal vez éste sea el problema: que los franquistas son militantes, y los demócratas ignorantes o apáticos. Por eso un magistrado va a tener que responder, como imputado, por haberse atrevido a decir que la dictadura del general Franco fue un verdadero genocidio; mejor dicho, un autogenocidio. Y por haber tratado de que las víctimas inocentes de los aliados de Hitler y Mussolini salieran de sus sepulturas anónimas en las cunetas de media España y recuperasen la dignidad que les fue arrebatada por haberse atrevido a defender la Libertad, la Justicia, la Igualdad y el Pluralismo Político, esto es, el contenido del artículo 1.1 de nuestra Constitución.

Imagínense que los Tribunales de la Alemania moderna se atreviesen a sentar en el banquillo a un magistrado que tratase de investigar las actuaciones de un general de las SS; o que los jueces sudafricanos hiciesen lo mismo con alguien que tratase de investigar en serio los crímenes y delitos de la etapa del apartheid. Eso es lo que va a pasar este mediodía en España, que un juez tendrá que responder por tratar de investigar si lo que hicieron los franquistas fue delito.

En fin, iba a decir que no dudo de que un tribunal de justicia de una democracia no puede imponer ningún tipo de sanción a un magistrado, por haber solicitado que se investigue si la dictadura franquista cometió algún tipo de ilegalidad. Pero, viendo las últimas resoluciones de los jueces, mucho me temo, querido y respetado juez Garzón, que tendremos que llevarle un bocata con lima. A Carabanchel.

Por cierto, y para aquéllos a quienes gusta ver humillados a sus adversarios, les diré que don Baltasar Garzón no se sentará en el banquillo, ya que en España los jueces y abogados, si visten la toga, tienen el privilegio de evitar el banco de los acusados y tomar asiento en el estrado, al lado de sus abogados defensores. Aunque no me extrañaría que el Tribunal Supremo echase mano de una ley del año 1943 privando de este derecho a los demócratas de mierda.