viernes, 31 de julio de 2009

Los pequeños placeres

Hay mucha gente que vive obsesionada con promocionar, con su carrera, con un viaje, con encontrar ese gran amor, formar tu familia cuanto antes... Cosas que incluso no depende de uno mismo que salga bien o mal, y encima, si salen mal, nos sentimos inútiles y nos deprimimos.
No pasa nada por equivocarse, es normal tener unas pequeñas guías en la vida, pero cuando esas cosas nos ciegan, a veces perdemos opciones, ya que somos incapaces de ver. El que está como loco por ascender en su empresa, lamiendo culos y si se hubiera fijado hubo un momento en el que hubiera podido tener un pequeño negocio del que habría estado totalmente orgulloso. La que está deseando casarse y va corriendo a emparejarse con el primero que pilla y siempre acaba disgustada porque nunca le salen bien las relaciones...
Todo eso es importante, pero a la vez bastante ageno a nosotros mismos, debemos cuidarlo y ayudar a mantenernos en unas lineas que nos hagan sentirnos seguros. Pero a pesar de todo, puede salir mal, y tener que volver a empezar, pero hay que darse cuenta que no pasa nada, que esas cosas pasan y que no es culpa tuya.

Pero lo que nadie te puede quitar, estés depre, tengas el mejor trabajo del mundo o uno que te ayude simplemente a dar de comer a tu familia, estés soltera, casada o con hijos, son esos momentos que son el placer del día a día, los que te hacen sonreir sin pedirte nada a cambio. Una ducha fria, un paseo, el arcoiris, un beso, el olor de la lluvia, un buen libro, una buena conversación, un día en el campo...
Esto parece un anuncio de refresco o de un coche, y justamente la insensibilidad de estos ha hecho que se menosprecie aun más estas cosas, lo cual me parece una lástima. Odio esos anuncios que aunque quieren hacerte sentir especial lo único que consiguen es ridiculizarte y yo creo que a mucha gente le puede resultar nocivo. Que contraten a artistas de verdad, que están como locos por tener una oportunidad y dejen de jugar con la vida y los sentimientos de la gente.

miércoles, 29 de julio de 2009

Perros que ladran

Esta mañana nos hemos despertado con la enésima noticia de un atentado etarra. Las bestias han colocado un coche bomba en la casa-cuartel de la Guardia Civil de Burgos, bajo el ala en el que dormían los guardias y sus familias. Muy a su pesar, no han conseguido el éxito de hace veinte años en Zaragoza. En esta ocasión no ha habido muertos, sino más de cuarenta heridos leves.

Esta misma semana, con sus cicatrices recién vendadas, muchos de los guardias civiles se reincorporarán al trabajo, ayudando a los conductores con avería, parando a quienes conducen borrachos, consolando a las mujeres víctimas de la violencia de género, rescatando inmigrantes en patera, interceptando cargamentos de coca... y persiguiendo a los asesinos. Nobles y necesarias conductas que sólo pueden ofender a los delincuentes comunes.

Hoy ha sido la ETA, mañana los narcos colombianos, pasado mañana un ex marido con una escopeta. Ellos ladran, y en demasiadas ocasiones muerden, mientras las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, con la inmensa mayoría de los ciudadanos, seguimos adelante tratando de vivir en sociedad, y no en la jungla. Personalmente, siempre he sido y seré partidario de partirle los dientes al perro que trata de morder. En fin, por lo menos, ahora en el País Vasco hay un Lehendakari que se solidariza de verdad con las víctimas.

El material del que están hechos los sueños (IV)

De John Wayne no voy a contarles nada que ustedes no sepan. Como vaquero, como sheriff, como militar... Me acuerdo especialmente de aquélla del lazo amarillo de la Caballería, con su canción, She wore a yellow ribbon, que en España se llamó La legión invencible. También le recuerdo desempeñando otro oficio bastante alejado de los campos de batalla y las arenas del desierto: el de buzo, con aquella escena del final en la que a Wayne se le llenaba la escafandra de agua... una secuencia claustrofóbica. Después de mucho rebuscar, he dado con el nombre del film: La venganza de la bruja roja, un título un tanto sensacionalista que tiene su parte de gracia, dado que el Duque era un anticomunista furibundo.

Pero me van a permitir que deje atrás al Séptimo de Caballería, a las diligencias e incluso a Moss, con su mecedora, y cruce el Charco para ver a Wayne convertido en un hombre tranquilo, un ex boxeador con ganas de encontrar arraigo en algún lado, preferiblemente en las faldas de Maureen O'Hara. No sé qué habría dado por haber enamorado a aquella fuerza de la Naturaleza en cuyo nombre ya se aprecian, entremezcladas, la dureza y la feminidad: ese delicado Maureen seguido de un O'Hara que parecen dos tiros de pistola. Hasta habría recibido con gusto al patán de Victor McLaglen, al que, por cierto, también recuerdo en La legión invencible, y me habría ido a la taberna a cantar el Colonial boy, aunque sin mezclarme con la gentuza del IRA. El hombre tranquilo es otra de las vidas en las que me gustaría reencarnarme. A mí, y a buena parte de los espectadores, ya que sin duda John Ford quiso consolar un poco a una sociedad demasiado castigada tras la II Guerra Mundial. La primera vez que vi El hombre tranquilo fue una Navidad, en casa de mis abuelos. Y la vi en tensión, temiendo que en cualquier momento le pudiera pasar algo al protagonista. Todo era demasiado bonito. Pero, como ya dije, John Ford sabía cómo tratar a su público.

Me quedo unos minutos reflexionando, buscando el camino a Innisfree, y veo pasar a Dorothy con sus zapatitos, cantando aquello de The wonderful wizard of Oz. De El mago de Oz, algo que siempre me extrañó es la relevancia que se le da a una persona que no aparece en la trama porque acaba de morir. Les parecerá una tontería, pero la Malvada Bruja del Este me recuerda vagamente a Harry Lime, aunque en buena. La tercera bruja. A Dorothy la interpretó Judy Garland, a quienes los expertos asocian con dos fenómenos típicos de nuestro tiempo, a pesar de que la actriz murió a finales de los años sesenta: la anorexia y el orgullo gay.

Quería abstraerme escuchando su Over the rainbow, cuando de repente me asalta la presencia mucho más carnal de su hija, Liza Minelli, cantando Cabaret. La película, les voy a confesar que no la he visto. Pero valga para este artículo la actuación que vi el invierno pasado, con mi mujer, en uno de los teatros del Paralelo, en Barcelona. Otra de las bendiciones de Internet, Youtube, me está permitiendo escuchar otra de las canciones emblemáticas de la película, mientras escribo estas líneas: Money. Les voy a dejar durante unos segundos, porque la coreografía merece la pena...

Y después de las Minelli, madre e hija, aparece Julie Andrews. Por desgracia, la Mary Poppins que aparecía colgada de su paraguas, ordenaba las habitaciones y bailaba entre las chimeneas con Dick van Dyke ha sido reemplazada por la Shery Bobbins de Los Simpson. Pero aún quedan algunos fragmentos que no han sido colonizados por el humor irreverente de la familia Simpson. Por ejemplo, aquél que durante mucho tiempo consideré el mejor chiste de mi vida:

- Conozco un hombre con una pierna de palo que se llama Smith.
- Y, ¿cómo se llama la otra pierna?

Hasta hace algunos años, la ambigüedad se podría haber salvado con el utilísimo adjetivo relativo cuyo, que su uso se está perdiendo. Pero nos habríamos quedado sin el chiste. También echaremos de menos la moraleja, el banquero avariento que no entiende por qué el niño, en vez de abrirse una cuenta corriente, decide gastarse la pasta en comprar alpiste para las palomas. Los adalides de la Corrección Política tendrán que hacer algo a este respecto, ya que, últimamente, a las palomas se las llama "ratas con alas", y no hay Ayuntamiento que no se gaste la pasta en jaulas y venenos.

En fin; si en esta película, a pesar de las ansias del pobre Dick van Dyke, Mary Poppins se marchó tan soltera y entera como había venido, la Andrews se pudo desquitar en otra película mítica: Sonrisas y lágrimas, donde fraulein Maria acababa llevándose el gato al agua. Tardé algunos años en comprender que al capitán Von Trapp se le pudiera caer el pelo por izar una bandera austríaca en la fachada de su casa de Austria. Por ahí estaría el bueno de Bogart, echándole una mano para desplegarla.

Aquélla fue otra de las películas que vi en la casa de mis abuelos, en aquellas Navidades lluviosas en las que nos juntábamos nueve personas, mis padres, mi hermano, mis abuelos, varias tías solteronas y mi bisabuela Aurelia. Tal vez, en el fondo, esta larga serie de artículos no hable de cine, sino de la infancia que se fue. Yo era un niño, y en la tele una chiquilla encantadora cantaba I am sixteen, going on seventeen, y yo calculaba que me faltaban por lo menos ocho años para poder bailar, cogido de la mano, con una belleza como aquélla. Por eso, de Sonrisas y lágrimas recuerdo especialmente lo idiota, pringao, tolay o como ahora le llamen los jóvenes al chaval que, al final de la película, en vez de fugarse con los Trapp de la mano de una de las chicas, se pone a gritar para que los nazis les echen el guante. Miento, también recuerdo aquella hermosa canción de las Girls in white dresses, with blue satin sashes -si la quieren escuchar, el título original es My favourite things-. Y, cómo no... he sido incapaz de olvidar, a mi pesar, aquello del selvático animal.

La gente suele decir que Sonrisas y lágrimas es una cursilada. Una novicia que canta y se enamora de un viudo, vaya pastelazo. Para mí es una gran película. No sólo por ser un musical de primera, sino por el trasfondo político, con Christopher Plummer oponiendo toda su dignidad y su patriotismo a la barbarie nazi. La misma severidad que empleó para interpretar al coronel de las SS Herbert Kappler -el asesino de las Fosas Ardeatinas- en una película muy interesante, Escarlata y negro. En ésta también se habla de fronteras quebrantadas; en este caso, la línea que divide la plaza de San Pedro, de Roma, dejando a un lado la Europa conquistada por el III Reich, y al otro la ciudadela de El Vaticano. En esta peli, el negro uniforme hitleriano se contrapone al escarlata de la sotana del obispo O'Flaherty, interpretado por Gregory Peck. Una escena mítica, el sacerdote haciendo como que va a pisar la raya de la plaza, burlándose de los francotiradores nazis que le acechan al otro lado. Como sólo se trata de cine, fingiremos que dentro de la basílica de San Pedro el papa Pío XII -en la película, sir John Gielgud- estaba del lado de los oprimidos.

Leo en la hemeroteca de El país que en fecha tan reciente como 1977, el nazi Kappler provocó un conflicto diplomático entre Italia y Alemania Federal tras fugarse del hospital italiano en el que cumplía condena por los asesinatos perpetrados durante la II Guerra Mundial. La verdad es que tuvo suerte; yo pensaba que lo habían ahorcado, como el asesino de masas que era. Ése es uno de los peligros de las actuaciones de los grandes actores, que dan dignidad a quien nunca la tuvo, y Kappler también fue interpretado por otro hombre que llenaba las pantallas de dignidad: Richard Burton.

Hablar de Richard Burton es hablar de Elisabeth Taylor; pero seamos descorteses y hablemos primero de él. Yo le recuerdo especialmente en dos papeles: en la ya mencionada El día más largo, haciendo de oficial de la RAF, con otros personajes míticos como John Wayne, Henry Fonda o Robert Mitchum -y sí, con Sean Connery haciendo del pollico Flanagan-. E interpretando a santo Tomás Becket, junto con Peter O'Toole. Interesantísima vida, la de Becket, un cortesano en alza hasta que se convirtió en sacerdote y pasó a defender la independencia de la Iglesia. Richard Burton bordó el papel. También hizo de Marco Antonio en Cleopatra, con su amada-odiada Liz, con la que se casó y se divorció dos veces.

Ésta es mi novia; tiene un ojo de cada color. De esta forma tan pintoresca presentaba uno de mis parientes a su futura esposa. No entiendo cómo ella no le dejó, o cómo no devolvió la presentación: Éste es mi novio, tiene medio cerebro. Notarán mis esfuerzos por acercarme, de una manera original, al tópico de los ojos violetas de la Taylor. De ella me marcó una película de safaris, La senda de los elefantes, sobre unos hacendados que habían construido su plantación interrumpiendo una vieja ruta por la que pasaban los elefantes, y cuyo final es fácil imaginar.

Por el terror que me provocaron en su día los pobres paquidermos, y por la ambientación, he recordado ahora Cuando ruge la marabunta, de Charlton Heston. La escena de las hormigas cruzando un río con infinita paciencia, dos o tres en cada hoja, pertenece a mi particular antología de secuencias de terror. De Charlton Heston, El planeta de los simios, con su inesperado final. El director tuvo la delicadeza de hacer que la única mujer que tripulaba la nave que aterriza en el planeta resultase muerta, creo recordar que porque no se le cerró la cápsula de hibernación. De esta forma nos ahorró el verla esclavizada por los monos. La semana pasada vimos en casa la versión moderna, de Tim Burton, que no le llega a la antigua ni al empeine de las garras de los simios, aunque su final da mucho que pensar. En lo idiotas que pueden ser algunos humanos.

Hemos dejado muy atrás a Gregory Peck, pero se merece que regresemos al Vaticano y continuemos la cadena de nazis y antinazis, porque desde la plaza más visitada del mundo nos iremos a la selva amazónica, donde Peck cambiará la sotana por la bata de médico del doctor Mengele. Si es que a ese animal se le puede llamar médico o doctor, cosa a la que yo siempre me he negado. Pienso que la ancianidad de Joseph Mengele, y su muerte en libertad, es una espina que tendremos clavados los hombres, por toda la eternidad. En los Juicios de Nurenberg, una de aquellas bestias, creo que Hans Frank, comenzó a gimotear y le comentó a uno de sus compañeros, o a su abogado, que los judíos no olvidaban jamás, que dentro de dos mil años seguirían recordando su nombre con un gesto de desprecio. El Verdugo de Varsovia no se equivocaba. No sé cómo será el mundo en el año 2100, ó 2200, pero tengo por cierto que, a menos que un holocausto nuclear o el cambio climático haya acabado con todos nosotros, en esos años que nos resultan inverosímiles habrá alguien que leerá con asco y con terror los experimentos que perpetró Joseph Mengele, y murmurará: ¡Qué pena que ese animal se nos escapara con vida! "Se nos escapara", a nosotros, los seres humanos.

Todo este rodeo para hablarles de Gregory Peck y Los niños del Brasil. La historia es sencilla: cuenta que, después de la guerra, Mengele se refugió en la Amazonia y continuó con sus experimentos, tratando de obtener clones de Hitler. Hasta allí le persigue un cazador de nazis, sir Laurence Olivier, a quien habíamos dejado en el tintero cuando hablamos de su hermosa Vivien Leigh.

Para continuar con la cadena de nazis y antinazis en la que llevamos unos cuantos párrafos trabados, diré que, a su debido tiempo, sir Laurence cambió el papel de cazanazis por el de ángel exterminador. Me refiero a Marathon Man, en la que Dustin Hoffman descubre a un antiguo médico de un campo de exterminio. Sobrecoge la escena en la que una anciana judía reconoce al doctor Szell en mitad de la calle y se pone a gritar y a llorar en hebreo, desesperada, rogando que no le dejen escapar, que por ahí va el ángel blanco, que es como sus víctimas conocían al matarife, que por más señas era el dentista del campo. También sobrecoge la escena en la que Hoffman le encañona y le obliga a que se trague unos diamantes. En esos momentos, y de manera que puede parecer paradójica, el espectador se alegra de que el nazi recobre el ánimo, le plante cara al protagonista y le diga que no, que no se va a humillar comiéndose los brillantes. Y es que a las personas que nos consideramos decentes no nos gusta ver cómo a la gente le roban su dignidad. Ni siquiera aunque se trate de uno de los médicos de Auschwitz.

domingo, 26 de julio de 2009

Los peligros de la gran ciudad

El otro día estuve comiendo con la familia en una terracita de Madrid, por la zona de Argüelles. El sitio no estaba mal, el típico parquecillo con mesas, a la sombra -si no, a ver quién era el guapo que aguantaba el calor del mediodía-... estuvimos charlando tranquilamente, relajados, hasta que en un momento dado descubrí con un sobresalto el siguiente cartel colocado en las columnas de uno de los edificios que rodeaban el parque.




Estoy más que acostumbrado a las patadas que entre todos le damos a nuestra noble lengua castellana... pero en esta ocasión no sé a qué se refieren con lo de "prohibido extorsionar". El significado del diccionario me parece excesivo; a lo mejor en esa zona se reúne alguna banda de delincuentes, pero en ese caso la solución es llamar a la policía, no poner un cartelito. También podían haber añadido "prohibido jugar a la pelota, fumar, extorsionar y asesinar a los vecinos".


He pensado que lo de "extorsionar" puede referirse a las personas que molestan a los que ocupan las terracitas, los pedigüeños que te ofrecen flores, sombreros -en los días que estuvimos en Madrid, vimos a los vendedores de sombreros hasta en tres ocasiones-, a los que te impiden continuar la charla estrangulando un acordeón, o a los que vienen mendigando sin más. Pero esa gente no extorsiona, por más que su número, y su insistencia, pueda acabar agobiando a los que sólo pretendemos disfrutar de los días de vacaciones que nos hemos ganado después de un año entero trabajando.


En fin, ahí queda esa petición, a la que desde luego me sumo, de que no se extorsione a los pobres vecinos de esa zona del barrio de Argüelles, de Madrid...

viernes, 17 de julio de 2009

ciberinfidelidad

Ahora mismo estaba viendo con mi esposo las noticias y ha salido justamente un espacio hablando sobre este tema y que había subido el porcentaje de infidelidad, yo como siempre el nivel sobre celos en general es un tema que me hace saltar. Yo no digo que la gente sea tan abierta como yo y que mi esposo haga lo que le dé la gana fuera de casa, dentro de lo saludable y el respeto, y por supuesto siempre que cumpla en su casa. Pero lo que no entiendo es a veces que alguien salte porque te ponga algo o alguien, ¡joder! que somos humanos, que si una tía o un tío está bueno, lo está, es físico y demostrable, no es cuestión de que te vaya a abandonar. Y ya ni hablamos de los que no te dejan ni mirar de reojo a nadie por la calle porque te la lían gorda, aunque lo que estés mirando es que va en silla de ruedas, nada, tú corderito tire y calle.

El caso, es que fuera de estos extremos, que cada uno en su casa verá lo que acepta y no acepta, la ciberinfidelidad es algo altamente cuestionado y entonces llegados a este punto yo me planteo dentro de una relación más o menos "normal", "clásica" y "formal" donde ver películas porno está admitido y leer un relato porno también lo está. Si yo me meto en un chat a intercambiar fantasías para hacerme una paja, ¿por qué eso vulnera la confianza de mi pareja y soy infiel? Si esa misma persona con la que me masturbo en vez de contarme eso en el chat, coge lo pone en relato y lo sube a una web, lo leo y me masturbo, ya no hay problemas. ¿por qué?

miércoles, 15 de julio de 2009

Mamá hoy ya soy mayor

Cuando tenía 16 años, aun me quedaba un diente de leche y entonces vi una película que como seguía siendo muy inocente me marcó. El caso es que un pequeñajo en el momento que se le caía el último diente de leche perdía la inocencia y la fantasía, me pareció taaaaan triste y además por supuesto, empecé a tener miedo de que se me cayera el último diente de leche.

A los niños se nos enseña a ser mayores: Se acabaron los cuentos, se acabaron los juegos, se acabaron los muñecos, se acabó el inventar fantasías...
Porque claro nos tenemos que hacer mayores y las niñas tenemos que empezar a maquillarnos e irnos de botellón, y somos muy responsables sacándonos una carrera, teniendo un trabajo, comprando una casa y montando una familia. Las conversaciones pasan a ser bucles de lo que es políticamente correcto. Todo eso que nos enseñan en los cuentos sobre la empatía, la belleza interior y que siempre ganarán los buenos y justos hay que dejarlo atrás.

¿Y qué pasa si un día decides por ejemplo ser un perro y ponerte a cuatro patas y ladrarle a la gente? ¿Por qué no? Parece un juego divertido, evidentemente todo el mundo te mirará mal, aunque en mi propia opinión creo que mereció la pena.

Muchas veces nos quedamos con ganas de decir y hacer cosas, porque no es lo que está preestablecido socialmente. Tememos que nos miren mal, que un comentario nos pueda arruinar las amistades o la carrera. Es cierto que hay gente que está tan metida que sería incapaz nunca de salir de su bucle y que trata de evitar a la gente así que le descuadra, pero de vez en cuando podrías encontrar a alguien que supiese entenderte y que incluso que se alegraría de ver que hay alguien que también quiere decir o hacer algo diferente. Aunque solo fuera una de cada mil, ¿hasta qué punto crees que merece la pena buscar a esa persona?

Yo no sé si he tenido mucha suerte o como decidí que nunca me desharía de aquel diente siempre he sido muy inocente. Pero a mí si me ha valido la pena, no tengo grandes pandillas, pero tengo gente muy especial por toda España que ha pasado la barrera de lo social y que somos felices pudiendo expresarnos con libertad y jugando a cantar a los pollos. No tengo una carrera, ni mucho dinero, ni si quiera mucha cultura, pero soy feliz. Tengo una familia que canta a los pollos conmigo y unos amigos que les encanta que les regale pollitos del apocalipsis para Navidad.

Si eres feliz dentro de tu bucle entonces bien, pero si no lo eres y te sientes cohartado, ¿por qué no te planteas las cosas de otra manera? Existe más gente como tú. No es ningún síndrome de Peter Pan. Solo somos libres.

martes, 14 de julio de 2009

Fé de rratas (I)

Ya dijo Descartes que nuestros sentidos nos engañan. Y no sé quién añadió que el amor es ciego, aunque no manco. Pues a eso voy, a que muchas veces entendemos lo que dicen los carteles por intuición.

No me refiero a la persona, con más o menos cultura, que se ve obligada a escribir un cartel anunciando que vende un campo de olivos, que alquila una habitación o que anda buscando trabajo de encofrador. No se le puede reprochar a nadie que cometa faltas de ortografía. A nadie que no viva de eso, como un periodista... aunque en mi gremio son legión, empezando por el maestro García Márquez, que llegó a apostar en público por enterrar las "haches de guerra" que tantos quebraderos de cabeza le han tenido que dar en su larga y genial carrera de escritor.
Voy a empezar esta sección -que era una de las fijas en mi Foro Libre- con un puñado de carteles encontrados en diferentes municipios de Murcia. No comprendo cómo puede haber cartelistas que cometan faltas de ortografía: es tan inadmisible entregar un cartel con una letra de menos, como un coche al que le faltase un espejo retrovisor. Aunque a veces los que hacen el cartel se limitan a seguir las instrucciones de quien les ha contratado, que no ha puesto el interés necesario para conseguir un buen producto.
Éste es gordo, porque es un cartel oficial. Pertenece a una de las pedanías de Puerto Lumbreras, que se llama, como es obvio, El Esparragal. Con dos erres.


Éste también es grave. Pertenece al polideportivo municipal de un pueblo al que no quiero citar, porque tampoco se trata de sacarle los colores a nadie. La errata tiene el factor añadido de que lo que queda tiene sentido. Que es una de las putadas de las erratas, que a veces al quitar una letra se obtiene un resultado inesperado. Aquí nos dicen dónde podemos practicar el Atle-timo, que debe de ser una clase de gimnasia con un precio exorbitado...


Claro que también nos invitan a practicar el "padels" e ir a la zona "aquatica"... vamos, que luego dicen que mens sana in corpore sano.
Este cartel apareció a la entrada de una obra. Ya que nos obligan a obedecer toda una serie de normas, deberían predicar con el ejemplo y empezar por acatar las normas de la ortografía.

Esta otra estaba entre los fondos de una exposición cultural. Ha quedado un poco borrosa, pero dice: RUEGA AL SEÑOR POR TUS BIENECHORES. Más que una errata, es una falta de ortografía tan grande que cuesta un poco dar con ella. La verdad es que tanta hache puede dar mucha guerra...
En fin, que ahí vamos los españoles, convirtiendo nuestro idioma en algo no ya vivo, sino fluctuante.

El material del que están hechos los sueños (III)

En el artículo anterior de esta serie dejamos a Gary Cooper defendiendo la causa republicana en la Guerra Civil. Por desgracia, ni Robert Jordan, el inglés experto en volar puentes, ni el brigadista Rick Blaine -ah, no, perdón, que ése estaba luchando contra el Anschluss con la familia Trapp- lograron detener el avance imparable de los aliados de Hitler y Mussolini, pero ésa es otra historia; la triste historia de una España democrática y avanzada a la que el resto de las democracias occidentales dejaron sola ante el peligro, y me van a perdonar el tópico que me lleva adonde es inevitable que lleguemos los que sabemos poco de cine cuando hablamos de Gary Cooper.

De toda la película me quedo con la secuencia final, cuando el sheriff se desprende de la estrella con un mohín de asco y la deja caer al suelo, como si fuera un escarabajo que se le hubiera quedado enganchado en la camisa. En mi adolescencia habría dado la vida por haber merecido el único apretón de manos que concede el sheriff, el que le da al muchacho que se ha pasado media peli tratando de ayudarle a matar a Frank Miller. El detalle del reloj que marcaba las horas a tiempo real se lo dejo a los expertos; yo nunca he acabado de comprenderlo.

Por cierto, que la mujer de Gary Cooper en esta peli no era otra que Grace Kelly, a la que vuelvo una y otra vez con sumo gusto, después del paréntesis que abrí en páginas anteriores, a orillas del viejo Mississippi. Miren: otra de mis reencarnaciones favoritas, el fotógrafo con la pierna escayolada a quien la Kelly pretendía acompañar para hacerle menos aburridas las noches de verano. El pobre Hitchcock, luchando una vez más por poseer a sus rubias, metió en la maleta de la Kelly un camisón que ha acompañado muchos sueños de verano desde entonces.

De James Stewart dijeron que encarnaba al perfecto hombre medio americano, un tipo sencillo, decente, patriota, quizás no demasiado inteligente, pero sí espabilado, al que le pasaban cosas raras contra su voluntad. Por ejemplo, ser adoptado como novio por Grace Kelly, o como mascota por un conejo blanco llamado Harvey. Tras finalizar la II Guerra Mundial, en la que alcanzó el grado de coronel -años después llegaría a ser general del Ejército del Aire-, protagonizó una película en la que quería animar a una sociedad con demasiadas viudas, huérfanos y mutilados de guerra, y que aún sigue marcando el calendario anual de la programación televisiva: ¡Qué bello es vivir!, donde se demuestra que todas nuestras vidas son puntales y cimientos de las vidas de aquéllos que nos rodean.

Otra actuación estelar es La soga, de Hitchcock. Es una película que transcurre en una sola secuencia, es decir, que no hay cortes, que la cámara no deja de moverse siguiendo a la acción. Para cambiar el rollo de película, se hacía un primer plano en la espalda de algún actor, para que no hubiera saltos. Algunos cámaras de televisión me han comentado que esa película se estudia en sus institutos; ya sé por qué tantas veces, cuando salimos a trabajar, me graban panorámicas de diez o quince segundos que luego, en un informativo, casi nunca sirven para nada. En La soga sir Alfred se atrevió a mostrar el amor homosexual, en la relación entre el asesino y su cómplice, e incluso repartió claramente los roles, aunque lo encerró todo en un arcón, digo un armario.

Un detalle: la acción comienza de día y termina completamente a oscuras. Olé por los iluminadores.

A lo largo de estas páginas hemos mencionado a algunas de las rubias de Hitchcock. Grace Kelly, Eva Marie Saint... citaré también a Kim Novak, que acompañó a James Stewart en Vértigo, aunque ni la peli ni la actriz acabaron de gustarme. Lo que más me interesó fue la acotación del título, de entre los muertos. En fin, leo en la Wikipedia que los cinéfilos norteamericanos la consideran una de las mejores películas, además de una alusión constante a la impotencia, la necrofilia y la vagina dentata. Échenle un vistazo, si pueden, al artículo de la Wiki; es bastante interesante.

No iba a abandonar a las rubias de Hitchcock sin haberle presentado mis respetos a Tippi Hedren. Para los lectores más jóvenes: la madre de Melanie Griffith, suegra por tanto de Antonio Banderas, y -antes- de Don Johnson. Protagonista de Los pájaros, una de las mejores películas de miedo de todos los tiempos. Su final me sorprendió la primera vez que la vi, aunque, claro... ¿de qué otra forma podía terminar una historia tan inquietante y opresiva como ésa? En Marnie, la ladrona, Hitchcock sustituyó los monstruos exteriores por los internos, cuya capacidad para aterrorizar puede ser muchísimo mayor. Lo demostró él mismo, que acabó convertido en algo parecido a un monstruo para la actriz. Marnie tuvo el apoyo de un Sean Connery cuya aparición me sorprendió en su día, porque hasta aquel momento sólo lo había asociado con James Bond. Luego llegaron fray Guillermo de Baskerville -buena actuación en un El nombre de la rosa que no le llega a la novela ni a la suela de la sandalia- y el padre de Indiana Jones. Soy de los que piensan que Sean Connery ha madurado, en lo profesional, con el paso del tiempo. Y matizo lo de "en lo profesional", porque a sus setenta y muchos años le ha dado por defender la independencia de Escocia. Aunque eso no le ha llevado a renunciar a su elitista título de sir, esto es, caballero de la Corona británica. Y es que a nadie le amarga un dulce. Decía que sir Sean Connery ha mejorado con la edad... y me remito a la fugaz aparición del soldado Flanagan en El día más largo, esa obra que, más que película, es un verdadero documental de Historia, además de un duelo de grandes actores (John Wayne, Robert Mitchum, Henry Fonda, Richard Burton...).

El Día-D. Frente a la guerra explosiva, de acción, otra película emblemática, ambientada en una generación posterior: Apocalypse now. Una vez más, el enemigo interior puede ser más destructivo que el exterior. El poder de las neuronas supera al de las balas. Marlon Brando, otro gigante de la escena, ayudando a destruir a Martin Sheen, completamente de vuelta de todo él mismo. De esta película se venera especialmente la secuencia de la masacre de vietnamitas a manos de una brigada de helicópteros que atacan con napalm, apoyados por música de Wagner, cómo no. Da pena escuchar a los amantes del cine, diciendo que ésa es una gran escena. A mí no me da el subidón, a mí me da pena ver cómo arde la carne humana. Pero ya se sabe que los humanos somos capaces de cualquier cosa, siempre que nos persuadan con el ritmo adecuado.

Marlon Brando es muchas cosas. El coronel Kurtz, Don Corleone -al que iremos enseguida-, o el segundo oficial Fletcher Christian, el que se amotinó en la Bounty. Cuando Brando besa a la tahitiana Tarita, está besando a su futura esposa; cuando pasea por la playa, está reconociendo los terrenos que comprará tiempo después. Todo junto le da una dimensión especial a la película. Pero eso no lo sabía la primera vez que la vi, entonces se quedó todo en la ficción, en la rabia de ver cómo terminaba Christian Fletcher cuando tenía su Shangri-la al alcance de la mano.

El padrino. Lo siento, pero la película no consigue superar a la novela de Mario Puzo, por mucho que susurre Don Corleone. Grandes interpretaciones a lo largo de toda la saga, cómo no. Al Pacino, Robert de Niro, Andy García... Pero la novela es mucha novela, y además se termina donde se tiene que terminar. Otra película de Brando: Queimada, una obra antisistema que cuenta, a mi juicio con bastante acierto, los crímenes y abusos de la aplicación más salvaje del capitalismo. Hay que emancipar a los esclavos y convertirlos en obreros. Porque al esclavo, cuando enferma, hay que mantenerle y curarle; pero al obrero que enferma basta con despedirle, en ese plan. Me encantó.

Otro galán que se complace en mantenerse al borde del Sistema -así, con mayúsculas- es Robert Redford, que ha mantenido una trayectoria en la cima mucho más regular que la de Brando. Recuerdo especialmente Dos hombres y un destino, con Paul Newman, sobre los pistoleros Butch Cassidy y Sundance Kid... y su musiquita pegadiza sobre las gotas de lluvia que caen; me temo que, ahora que he empezado a tararearla, ya no me va a abandonar en lo que queda del día. Otra película muy entretenida, también con Paul Newman: El golpe, sobre las andanzas de una pareja de tahúres. Y me dice Internet que éstas dos fueron las únicas películas que ambos actores rodaron juntos. Qué pena.

En los años noventa se habló mucho de Una proposición indecente, en la que un multimillonario Robert Redford le ofrecía a Demi Moore y a su marido una elevadísima cantidad de dinero a cambio de acostarse con ella. La película la vi en un cine de Alicante con una chica, que en el momento de la oferta me susurró: ¡Qué idiota, ofrecer dinero, si todas nosotras nos acostaríamos gratis con él! En fin, que, para darle más verosimilitud a la trama, el director debería de haber contratado para el papel de millonario a Danny de Vito.

En cuanto a Paul Newman, a quien hemos perdido hace tan sólo medio año, ahí está, por ejemplo, El coloso en llamas, del que, como me suele pasar, recuerdo sobre todo dos secuencias: un ejecutivo está a punto de acostarse con su secretaria en el despacho cuando salta la alarma de incendio. En vez de ayudarla, se mete apresuradamente entre las llamas dejando a la chica atrás, semidesnuda. Y luego, la escena de la piscina, en la que no me detendré porque con estos artículos quería despertar el gusanillo del lector, no destriparlo. Ojalá Paul Newman, y el jefe de Bomberos Steve McQueen, hubieran estado en Nueva York aquella trágica mañana de mediados de septiembre...

Refrescando mi memoria, o tratando de atar estas líneas con algo más que alfileres -como quieran entenderlo-, he visto que entre el reparto de El coloso en llamas estuvo nada menos que Fred Astaire. Es verdad, lo recuerdo, haciendo de caballero -lo era- anciano pero animoso. Al principio de esta serie de artículos me preguntaba, con tristeza, cuánto hace que en nuestras pantallas no aparece una película de Fred Astaire y Ginger Rogers. Los argumentos de sus películas no me acababan de convencer cuando era niño; prefería las del Oeste, las de gángsters, o las de catástrofes naturales; pero ahí estaban aquellos momentos musicales, esos bailes que me dejaban con la boca abierta. Hoy en día diríamos que las piruetas, saltos y filigranas sincronizadas de Fred & Ginger eran obra de un ordenador. Tanto Matrix, y resulta que en los años treinta ya había una pareja capaz de bailar incluso en el respaldo de una silla.

Otra secuencia de baile que no he podido olvidar: Donald O'Connor, el actor con orejas de soplillo, haciendo una y otra carrera hasta la pared... poniendo los pies en el muro... y dando una voltereta, sin dejar de cantar Make then laugh. La película es Cantando bajo la lluvia, protagonizada por Gene Kelly. Una obra que es al mismo tiempo una comedia muy divertida, un musical excelente y un documental de historia, puesto que cuenta la transición del cine mudo al sonoro, que muchas estrellas no pudieron afrontar, bien por el cambio radical en la manera de actuar, bien porque tenían una voz desagradable, con acento, con frenillo, demasiado ruda o estridente...

Continuará...

A mí no me parece rentable

No se puede hacer más daño a una familia. Hace unas semanas, una joven marroquí de menos de 20 años murió en el hospital Gregorio Marañón, de Madrid, como consecuencia de la gripe A. El viudo ha denunciado que Dalilah, que así se llamaba la fallecida, acudió hasta cuatro veces a urgencias, pero que la mandaron de vuelta a casa diciendo que se trataba de un resfriado común. Cuando por fin la ingresaron, fue porque los síntomas de la pandemia se habían hecho tan fuertes, que en el hospital lo único que pudieron hacer fue practicarle una cesárea, para sacarle el feto de siete meses que llevaba en su interior, porque ella se moría sin remedio.

Y ayer, una enfermera de la UCI presuntamente mató a Rayán, el niño, por accidente, al meterle en vena un complejo vitamínico que tenía que ser ingerido.

No se puede hacer más daño a una familia. No se puede ser más irresponsable. La muerte del niño es una negligencia impepinable, lo ha reconocido el propio director del hospital. En cuanto a la madre, también parece imperdonable que en pleno mes de julio aparezca una mujer embarazada con síntomas de gripe, y, sabiendo que hay declarada una pandemia, se la mande a su casa con una aspirinita. Que para eso se declaran las pandemias, no para que los periodistas sumemos audiencia, sino para que todos estemos sobre aviso y no bajemos la guardia. Sobre todo los médicos.

Me imagino que al pobre doctor Marañón, desde ayer le estarán silbando los oídos desde el interior de su tumba. Al ver que el personal del hospital que lleva su nombre presuntamente había matado al hijo, después de haber dejado morir a la madre también presuntamente, he estado a punto de aprovechar mis vacaciones para cargar mi coche de gasolina, acercarme por el hospital y montar una falla -en Alicante las llamamos Hogueras- con once meses de antelación.

Sin embargo, si vamos a buscar responsabilidades, deberemos de mirar un poco más allá. Desde las Secciones Sindicales del hospital están denunciando falta de personal.

La política sanitaria del Gobierno de Esperanza Aguirre está desmantelando el sector público. Ya sabemos lo que supone el liberalismo: el sector público genera déficit, algo que para ellos es malo por sistema, y que hay que reducir para llegar al tan ansiado déficit cero. Decir que un hospital genera déficit, y que por eso hay que cuadrar las cuentas, es como decir que tener un niño es algo deficitario que hay que resolver. Criar un hijo cuesta una pasta, te hace tirar mucho dinero por el retrete... pero compensa. De la misma manera, mantener buenos hospitales, o buenos colegios, es algo que cuesta una pasta... pero que compensa. Porque hay cosas que no pueden medirse con dinero.

Tener un buen médico, o una buena enfermera, incluso un celador que sepa tratar a los pacientes con cariño y educación, cuesta caro. Un buen profesional necesita un buen sueldo, porque, aunque la medicina -como el periodismo- sean o debieran ser profesiones vocacionales, todos tenemos que llegar a fin de mes. Un buen profesional necesita tener seguridad laboral y un contrato indefinido, porque si te vas a pasar las próximas seis horas manejando el bisturí, es preferible que tengas la mente tranquila y no pienses en que el próximo lunes se te acaba el contrato y no sabes si te van a renovar. Un buen profesional necesita desempeñar su trabajo en las mejores condiciones, y eso incluye desde tener las máquinas más modernas, hasta poder dedicarle el tiempo necesario a todos sus pacientes.

Las Secciones Sindicales han denunciado la situación de precariedad que se está viviendo en el Gregorio Marañón, extrapolable al conjunto de centros públicos en fase de liberalización. La enfermera que le metió al niño la papilla en vena -literalmente- estaba pasando su primer día en la UCI. Había sido destinada a Cuidados Intensivos para cubrir una suplencia, es decir, que no era su puesto y que iba a estar un período corto de tiempo. Comisiones Obreras afirma que, de las dieciséis personas a cargo de la UCI, la mitad son eventuales. De forma similar se ha expresado el Sindicato de Enfermería (SATSE). Por su parte, la Sección Sindical de UGT ha denunciado que el nivel de temporalidad que desarrolla la consejería madrileña de Sanidad se acerca al cuarenta por ciento.

En medicina, como en otros oficios, los trabajadores temporales son mucho más baratos, porque no hay que pagarles antigüedad, y sin duda su salario base es bastante inferior al que percibiría un verdadero médico, o enfermero, de un sitio tan especializado, con tantísima responsabilidad, como es la UCI. En muchas ocasiones, a los trabajadores se les va cambiando de departamento, hoy en Cirugía, mañana en Cardiología, al otro en Pediatría... para suplir las carencias de personal, y sin duda para que no puedan exigir algún tipo de plus por especialización, o por penosidad, o por lo que sea. Con lo cual, cuando llevas al médico a tu bebé, con una fiebre de cuarenta grados, en vez de una doctora que le ha visto nacer a tu hijo y a ti, y que tiene callos de tanto auscultar tripitas infantiles, te encuentras con un pollico más asustado que tú. Sale más barato. Y, además, un médico o enfermero al que se le acaba el contrato dentro de dos meses no puede levantar mucho la voz y decirle al director del hospital, o al consejero, que haga el favor de darles más medios o de contratar más personal. Tienen que estar calladitos y apechugar, si no quieren acabar tomando el pulso a euro, sentados en una silla frente a la oficina del Inem.

Los representantes sindicales siguen denunciando que han retirado personal del Gregorio Marañón para llevárselo a otro hospital, para que Esperanza Aguirre siga presumiendo de la cantidad de hospitales que se inauguran en su región... pero los trabajadores que se han quedado en el antiguo carecen de la experiencia adecuada, por lo que muchos médicos y enfermeros están haciendo viajes continuamente, para explicarles a sus compañeros cómo actuar en los casos más complicados. Dejando, de rebote, sus puestos de trabajo en el nuevo hospital. Lo que alarga las listas de espera y hace que en Urgencias, cuando vas con síntomas de gripe A, te manden a casa cuatro veces.

Pero tampoco le echemos la culpa a los políticos. Esperanza Aguirre está presidiendo la autonomía porque los madrileños la han votado por mayoría absoluta, aunque con el apoyo inolvidable de los tránsfugas socialistas Tamayo y Sáez, que a mediados de 2003 tiraron por tierra la posibilidad de un gobierno autonómico de izquierdas, no lo olvidemos. Desde entonces, Esperanza Aguirre ha ganado las elecciones de octubre de 2003 y las de 2007, por una mayoría absoluta amplísima.

Ella no engaña a nadie, siempre se ha definido como liberal. Lo que quiere decir que el sector público debe quedar reducido a su mínima expresión, y que los empresarios deben ser los únicos que corten el bacalao en sus empresas. Nada de hospitales públicos, de médicos que ganen una pasta, de profesionales con cuarenta años de experiencia en un mismo departamento. Hay que apostar por hospitales rentables, esto es, donde se gaste lo menos posible, y con trabajadores a los que se pueda cambiar de función y echar a la calle con libertad, para que no exijan demasiado al empresario. Y si el resultado son hospitales precarios, siempre nos quedarán las clínicas privadas de lujo, que es adonde los directores de hospital llevan a los suyos cuando se ponen enfermos.

Esto es la liberalización. Esto es lo que se ha votado en Madrid. Así que no le echemos la culpa de todo a los trabajadores. Puede que el nuevo Gregorio Marañón sea más barato de mantener. Que se hayan ahorrado una pasta en material y en salarios. Pero seguro que a Mohamed, el viudo de Dalilah y padre de Rayán, todo esto no le parece nada rentable. Ni a mí tampoco, por supuesto.

lunes, 13 de julio de 2009

La mudanza

Bueno, para eso están los amigos. El tío Ozy tenía que marcharse de una casa que había dejado de ser su hogar, por obra y gracia de una mujer algo ligera de cascos, y necesitaba a alguien que le echase una mano. Así que cogimos el pasado fin de semana, el primero de mis vacaciones, y nos fuimos de Lorca a Málaga. En principio íbamos a ir él y yo solos, pero a última hora se apuntaron Xara y su barriga. Y, por supuesto...




Flat Eric se agarró al volante al salir de Lorca y ya no lo soltó. Se tomó un carajillo en cada una de las gasolineras de la ruta, y consiguió cepillarse a una rusa que hacía la calle, digo la autopista, mientras Ozy, Xara y yo nos apretábamos en el asiento de la derecha fingiendo que no veíamos ni oíamos nada.

Salimos el sábado por la mañana, en un camión alquilado, a pocos metros de mi trabajo. Al ir a echar gasolina nos encontramos con una escena propia del Apocalipsis de Stephen King, un gran libro sobre una peste que mata al 99,4% de los humanos, que estoy releyendo estos días, y que, por cierto, iba dando tumbos en la caja vacía del camión. Una gasolinera abandonada, en medio de la cual criaba polvo un coche de culto, un Citroën Tiburón que puede valer su peso en oro.




Cruzamos las provincias de Granada, Almería y Málaga, y finalmente llegamos a la capital malagueña, donde nos recibió esta típica estampa del veraneo mediterráneo.

Miles y miles de coches amontonados bajo el sol, convertidos en celdas refrigeradas e inmóviles como en una película de ciencia-ficción de miedo, donde se hacinaban los que iban a pasar su mes anual de libertad tostándose al sol, bañándose en agua sucia, durmiendo en zulos y con el cerebro en stand-by. Ahí estaban, escuchando la canción del verano y apretando el claxon para ver si pasaba como aquella vez en Jericó, cuando el sonido de la trompeta derribó todos los obstáculos.

Dejamos a un lado al Homo Sapiens y nos metimos en el centro de la ciudad. Por el medio de Málaga pasa el cauce seco del río Guadalmedina. El nombre ya me cargaba, porque el conde de Guadalmedina es el aristócrata que traiciona al capitán Alatriste; pero después de llegar a Málaga, el maldito nombre aún se me hizo más cargante.






Tengo una docena más, pero no quiero ser pesao. Vamos, que ni el Guadiana. Los de Tráfico deberían haber puesto un cartel: "Atención. Río Guadalmedina en 20 km."

Claro que Málaga tiene otras cosas que compensan el aburrimiento por el dichoso río.



Después de varios kilómetros a 180 por hora, conseguimos arrancar del volante a Flat Eric, empeñado en recorrerse la calle, o el carril, palmo a palmo. Nos llenó la caja del camión de tangas arrancaos. Su venganza por haberle estropeado el plan fue terrible: mirad por dónde tuvo las narices de meterse con el camión.

Bueno; llegamos a la antigua casa de Ozy y empezamos a llevarnos sus cosas. El hombre pensaba que había encontrado un hogar, pero su ex, más que un hogar, ha querido tener un picadero. Cuando acabe el verano se despedirá de su novio y se volverá a casa de sus padres. Habéis leído bien. La chica se levantó el lunes con un novio que pensaba que el año que viene se iban a casar, ese mismo lunes le dijo que lo suyo se había acabado, y el martes se levantó en la misma cama, pero con otro tío, mientras Ozy se quedaba sin pareja, sin casa y sin proyecto de futuro.

Afortunadamente, cuando Dios cierra una puerta abre una ventana, y de ahí la mudanza, porque ha encontrado curro en un pueblo de Murcia. Así que dejamos ese piso cerrando de un portazo y nos marchamos. El sábado por la noche nos quedamos en el apartamento de unos amigos, y al día siguiente volvimos a Murcia.

Fue inevitable volver a cruzar el río de los mil letreros.




En fin... un nuevo capítulo en la vida de nuestro amigo. No fue posible arraigar en Málaga; ahora se ha alquilado un adosado cojonudo en un pueblico murciano. Que le den por culo a Málaga y a quien se quiso quedar atrás.


Yo, para ser feliz, quiero un camión...



viernes, 10 de julio de 2009

Esta urba es una ruina

Bueno, pues esto es Camposol, un conjunto de mega-urbanizaciones situadas en el término municipal de Mazarrón, yendo hacia Totana. Aquí viven cerca de 10.000 personas, en su mayoría extranjeros que vienen a jubilarse a nuestro país. Todo un ejemplo de exceso urbanístico... por el que algunos están pagando un precio exorbitado. Y no me refiero a la pasta que puedan valer estos chalets clónicos que se tuestan al sol en mitad de la nada.

Uno de los sectores de Camposol se construyó encima de una rambla, en una buena muestra de previsión y de respeto por la Naturaleza. La rambla fue entubada, se echó tierra encima... pero, cinco años después, resulta que el terreno no se compactó bien, por lo que las casas que están cerca del antiguo cauce se están hundiendo.

Este camino que da acceso a una casa se hunde varios centímetros a la semana:



Murallas que se caen...




Arcos que se separan... la parte que se está hundiendo es la de la derecha, la que corresponde a todo el bloque de la casa. Hay habitaciones que hacen pendiente, en las que pones una pelota en el suelo... y cruza sola la habitación, como si se tratase de un poltergeist.




Lo que estamos viendo en la foto de abajo es la luz del sol... entrando a través del techo y las paredes de una habitación a oscuras, cuyos muros















Menudo verano

El otro día dejé aparcado el coche toda la mañana al sol, mientras estaba trabajando... y esto es lo que me encontré al cogerlo, a eso de las tres de la tarde.





Cuando pensaba que iba a ser imposible volver a alcanzar esa marca... una semana más tarde me volvió a pasar lo mismo, tuve que dejar el coche aparcado en un descampado a las nueve de la mañana, y lo recuperé a eso de las tres...



Es la primera vez en la vida que veo un termómetro marcando 48º. Y cuando hice la foto, todavía no habíamos llegado al mes de julio. Os aseguro que, al meterme en el coche, sentí cómo el calor me resecaba los pulmones. Impresionante.

lunes, 6 de julio de 2009

Cuidado en la carretera

Esta mañana, en Lorca nos hemos despertado con dos accidentes de tráfico mortales. El primero se ha producido a eso de las 7 de la mañana, en la carretera que une el casco urbano con la diputación de Aguaderas, subiendo hacia Águilas, y se ha saldado con un hombre muerto y otro herido grave. Parece ser que su furgoneta se ha salido de la carretera, y ha volcado.


El segundo se ha producido poco después de las 8:15, sin salir del término municipal de Lorca, pero a unos 50 km., en la carretera que va a Caravaca, cerca de la pedanía de La Paca. Un anciano que salía de un cruce señalado con un stop ha fallecido prácticamente al momento, al ser arrollada su furgoneta por un camión.





Son las primeras víctimas mortales del verano en Lorca. Dos tristes razones para extremar las precauciones, ir con cuidado, no adelantar de forma imprudente, respetar los límites de velocidad, usar el casco y el cinturón... y tener cuidado en los trayectos cortos. Los dos fallecidos vivían en Lorca, eran trayectos cotidianos por carreteras secundarias. En las que tampoco se debe bajar la guardia jamás.

¿En qué quedamos?

Esta mañana he estado trabajando en una zona de Lorca, a unos 5 km. del casco urbano pero ya en zona rural, yendo hacia las Tierras Altas. Un sitio lleno de colinas, almendros y trigales, que se llama Torrealvilla... o no...
Ésta es una foto desde uno de los extremos del puente que cruza el río principal...



... pero desde la otra orilla, las cosas se ven -o se llaman- de otra manera...

... en cualquier caso, me pregunto si valdrá la pena pelearse por el nombre del río, ya que el cauce... está seco. Aunque es bien cierto que de la rosa, siempre nos quedará el nombre.

viernes, 3 de julio de 2009

Luis Siret, zahorí de arcanos

Ése es el epitafio que adorna su discreta tumba del cementerio de Águilas, y hacía mucho tiempo que no leía unas palabras tan acertadas. El tesoro que Luis Siret buscaba entre las montañas de Murcia y Andalucía era realmente un arcano con muchísimos de años a sus espaldas, unos 4.000. Siret fue el descubridor de la cultura argárica, un tipo de poblaciones de la Edad del Bronce.



Aunque su apellido parece catalán, Luis Siret y su hermano Enrique eran belgas. Ambos vinieron al sur de España a finales del siglo XIX, a trabajar en el trazado del ferrocarril, porque eran ingenieros de minas. Un día les pasó lo que suele pasar, lo que acaba de pasar con el mamut encontrado en las obras de la autovía a Cartagena: encontraron huesos y cerámica. Aquello cambió sus vidas.




Los argáricos enterraban a sus muertos en el interior
de grandes vasijas de cerámica


Los hermanos Siret descubrieron un montón de yacimientos arqueológicos, en Murcia, Granada, Almería... uno de ellos, el de El Argar, dio nombre a toda una subcultura. Por Lorca también tenemos uno, en la zona de Almendricos. Además de sus descubrimientos en este tipo de poblaciones, se le considera el creador de la arqueología moderna: algunos de sus avances revolucionaron una técnica que, recordemos, en el siglo XIX aún estaba en pañales. A nuestros tatarabuelos les importaba muy poco rebuscar bajo la tierra a ver si encontraban algún hueso. Los grandes descubrimientos, tumbas, momias, vasijas... y los fósiles de los dinosaurios, millones de años anteriores a nosotros, se hicieron entre el siglo XIX y el XX.


Siret sacó la conclusión, que ahora nos parece obvia, de que los restos que están más abajo son más antiguos que los de arriba. Es el fundamento de la estratigrafía. ¿Y eso por qué? Por la ley de la gravedad. Parece de Perogrullo, pero ya acabo de decir que, en sus tiempos, la arqueología estaba en mantillas.

Esta semana, una comisión del pueblo almeriense de Cuevas del Almanzora, en el que residió durante medio siglo, ha visitado su tumba en Águilas para rendirle homenaje, coincidiendo con el 75º aniversario de su muerte, y el 150º (el sesquicentenario) de su nacimiento. Los alcaldes de ambas poblaciones realizaron la ofrenda floral ante su tumba, acompañados por una veintena de profesores y estudiosos de su obra.



Una cruz, y una réplica de uno de los vasos campaniformes típicos de los yacimientos arqueológicos. El epitafio que le define como "zahorí de arcanos", y una modesta corona como muestra de respeto. Después de media vida bajo el sol almeriense, su mujer decidió que les enterrasen en Águilas porque le gustaban sus costas.

miércoles, 1 de julio de 2009

No éramos tan fascistas

El Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo acaba de confirmar que Batasuna no tenía derecho a presentarse a las elecciones, hacer campaña, recaudar fondos ni acceder a las listas del censo electoral, porque era un partido político ficticio.

Es decir, una tapadera de la ETA, una herramienta más para lanzar su mensaje de que determinadas muertes están justificadas, y de que los robos, secuestros y demás extorsiones son lícitos porque en realidad los vascos están siendo torturados y oprimidos a diario por los españoles, es decir, por vosotros y por mí.

La Constitución Española es tan generosa, y nuestra democracia está tan afianzada, que los batasunos han podido beneficiarse de ella, recurriendo la Ley de Partidos ante el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional. Dos herramientas a las que los etarras deslegitiman, pero a las que no dudan en recurrir, como esos delincuentes que no respetan una ley ni de casualidad, pero que siempre tienen la palabra "denuncia" y "abogado" en la boca.

En un primer momento he pensado que el fallo proveniente de Estrasburgo podría calmar a los tontos útiles, los que clamaban por el derecho de los batasunos a amenazar e insultar, los que decían que la Ley de Partidos estaba ilegalizando una opción política. Europa ha dicho lo mismo que muchos llevamos años diciendo: en España, el independentismo no está prohibido. En las últimas elecciones europeas se presentaron dos docenas de nacionalistas, más o menos secesionistas, desde la Esquerra Republicana de Catalunya -que ha llegado a cogobernar en Cataluña y lleva años con diputados en el Congreso- hasta Aralar, la opción independentista vasca no violenta. Pasando por Extremadura Unida y el Prepal, que también tienen agravios milenarios contra España. Y nadie se ha rasgado las vestiduras.

La Ley de Partidos no ha perseguido nunca al independentismo; ha perseguido a quienes han justificado acciones contra el Derecho común -robos, incendios, vandalismo, por supuesto muertes- diciendo que tenían derecho a perpetrarlas porque estaban defendiendo la independencia de su autonomía. Contra ésos, contra los que fingían hacer política, ha actuado la ley española, y luego los tribunales españoles, y ahora el tribunal de Estrasburgo.

Claro que los tontos útiles dirán que cómo no, que las instituciones europeas son fascistas, están podridas o no tienen otro afán que ayudar a que el pueblo vasco siga oprimido. Y luego nos mirarán de arriba abajo, nos dirán: A mí el sistema no me ha sorbido el seso, y se irán a su trabajo de funcionario o a la oficina del banco en el que trabajan.