martes, 14 de julio de 2009

El material del que están hechos los sueños (III)

En el artículo anterior de esta serie dejamos a Gary Cooper defendiendo la causa republicana en la Guerra Civil. Por desgracia, ni Robert Jordan, el inglés experto en volar puentes, ni el brigadista Rick Blaine -ah, no, perdón, que ése estaba luchando contra el Anschluss con la familia Trapp- lograron detener el avance imparable de los aliados de Hitler y Mussolini, pero ésa es otra historia; la triste historia de una España democrática y avanzada a la que el resto de las democracias occidentales dejaron sola ante el peligro, y me van a perdonar el tópico que me lleva adonde es inevitable que lleguemos los que sabemos poco de cine cuando hablamos de Gary Cooper.

De toda la película me quedo con la secuencia final, cuando el sheriff se desprende de la estrella con un mohín de asco y la deja caer al suelo, como si fuera un escarabajo que se le hubiera quedado enganchado en la camisa. En mi adolescencia habría dado la vida por haber merecido el único apretón de manos que concede el sheriff, el que le da al muchacho que se ha pasado media peli tratando de ayudarle a matar a Frank Miller. El detalle del reloj que marcaba las horas a tiempo real se lo dejo a los expertos; yo nunca he acabado de comprenderlo.

Por cierto, que la mujer de Gary Cooper en esta peli no era otra que Grace Kelly, a la que vuelvo una y otra vez con sumo gusto, después del paréntesis que abrí en páginas anteriores, a orillas del viejo Mississippi. Miren: otra de mis reencarnaciones favoritas, el fotógrafo con la pierna escayolada a quien la Kelly pretendía acompañar para hacerle menos aburridas las noches de verano. El pobre Hitchcock, luchando una vez más por poseer a sus rubias, metió en la maleta de la Kelly un camisón que ha acompañado muchos sueños de verano desde entonces.

De James Stewart dijeron que encarnaba al perfecto hombre medio americano, un tipo sencillo, decente, patriota, quizás no demasiado inteligente, pero sí espabilado, al que le pasaban cosas raras contra su voluntad. Por ejemplo, ser adoptado como novio por Grace Kelly, o como mascota por un conejo blanco llamado Harvey. Tras finalizar la II Guerra Mundial, en la que alcanzó el grado de coronel -años después llegaría a ser general del Ejército del Aire-, protagonizó una película en la que quería animar a una sociedad con demasiadas viudas, huérfanos y mutilados de guerra, y que aún sigue marcando el calendario anual de la programación televisiva: ¡Qué bello es vivir!, donde se demuestra que todas nuestras vidas son puntales y cimientos de las vidas de aquéllos que nos rodean.

Otra actuación estelar es La soga, de Hitchcock. Es una película que transcurre en una sola secuencia, es decir, que no hay cortes, que la cámara no deja de moverse siguiendo a la acción. Para cambiar el rollo de película, se hacía un primer plano en la espalda de algún actor, para que no hubiera saltos. Algunos cámaras de televisión me han comentado que esa película se estudia en sus institutos; ya sé por qué tantas veces, cuando salimos a trabajar, me graban panorámicas de diez o quince segundos que luego, en un informativo, casi nunca sirven para nada. En La soga sir Alfred se atrevió a mostrar el amor homosexual, en la relación entre el asesino y su cómplice, e incluso repartió claramente los roles, aunque lo encerró todo en un arcón, digo un armario.

Un detalle: la acción comienza de día y termina completamente a oscuras. Olé por los iluminadores.

A lo largo de estas páginas hemos mencionado a algunas de las rubias de Hitchcock. Grace Kelly, Eva Marie Saint... citaré también a Kim Novak, que acompañó a James Stewart en Vértigo, aunque ni la peli ni la actriz acabaron de gustarme. Lo que más me interesó fue la acotación del título, de entre los muertos. En fin, leo en la Wikipedia que los cinéfilos norteamericanos la consideran una de las mejores películas, además de una alusión constante a la impotencia, la necrofilia y la vagina dentata. Échenle un vistazo, si pueden, al artículo de la Wiki; es bastante interesante.

No iba a abandonar a las rubias de Hitchcock sin haberle presentado mis respetos a Tippi Hedren. Para los lectores más jóvenes: la madre de Melanie Griffith, suegra por tanto de Antonio Banderas, y -antes- de Don Johnson. Protagonista de Los pájaros, una de las mejores películas de miedo de todos los tiempos. Su final me sorprendió la primera vez que la vi, aunque, claro... ¿de qué otra forma podía terminar una historia tan inquietante y opresiva como ésa? En Marnie, la ladrona, Hitchcock sustituyó los monstruos exteriores por los internos, cuya capacidad para aterrorizar puede ser muchísimo mayor. Lo demostró él mismo, que acabó convertido en algo parecido a un monstruo para la actriz. Marnie tuvo el apoyo de un Sean Connery cuya aparición me sorprendió en su día, porque hasta aquel momento sólo lo había asociado con James Bond. Luego llegaron fray Guillermo de Baskerville -buena actuación en un El nombre de la rosa que no le llega a la novela ni a la suela de la sandalia- y el padre de Indiana Jones. Soy de los que piensan que Sean Connery ha madurado, en lo profesional, con el paso del tiempo. Y matizo lo de "en lo profesional", porque a sus setenta y muchos años le ha dado por defender la independencia de Escocia. Aunque eso no le ha llevado a renunciar a su elitista título de sir, esto es, caballero de la Corona británica. Y es que a nadie le amarga un dulce. Decía que sir Sean Connery ha mejorado con la edad... y me remito a la fugaz aparición del soldado Flanagan en El día más largo, esa obra que, más que película, es un verdadero documental de Historia, además de un duelo de grandes actores (John Wayne, Robert Mitchum, Henry Fonda, Richard Burton...).

El Día-D. Frente a la guerra explosiva, de acción, otra película emblemática, ambientada en una generación posterior: Apocalypse now. Una vez más, el enemigo interior puede ser más destructivo que el exterior. El poder de las neuronas supera al de las balas. Marlon Brando, otro gigante de la escena, ayudando a destruir a Martin Sheen, completamente de vuelta de todo él mismo. De esta película se venera especialmente la secuencia de la masacre de vietnamitas a manos de una brigada de helicópteros que atacan con napalm, apoyados por música de Wagner, cómo no. Da pena escuchar a los amantes del cine, diciendo que ésa es una gran escena. A mí no me da el subidón, a mí me da pena ver cómo arde la carne humana. Pero ya se sabe que los humanos somos capaces de cualquier cosa, siempre que nos persuadan con el ritmo adecuado.

Marlon Brando es muchas cosas. El coronel Kurtz, Don Corleone -al que iremos enseguida-, o el segundo oficial Fletcher Christian, el que se amotinó en la Bounty. Cuando Brando besa a la tahitiana Tarita, está besando a su futura esposa; cuando pasea por la playa, está reconociendo los terrenos que comprará tiempo después. Todo junto le da una dimensión especial a la película. Pero eso no lo sabía la primera vez que la vi, entonces se quedó todo en la ficción, en la rabia de ver cómo terminaba Christian Fletcher cuando tenía su Shangri-la al alcance de la mano.

El padrino. Lo siento, pero la película no consigue superar a la novela de Mario Puzo, por mucho que susurre Don Corleone. Grandes interpretaciones a lo largo de toda la saga, cómo no. Al Pacino, Robert de Niro, Andy García... Pero la novela es mucha novela, y además se termina donde se tiene que terminar. Otra película de Brando: Queimada, una obra antisistema que cuenta, a mi juicio con bastante acierto, los crímenes y abusos de la aplicación más salvaje del capitalismo. Hay que emancipar a los esclavos y convertirlos en obreros. Porque al esclavo, cuando enferma, hay que mantenerle y curarle; pero al obrero que enferma basta con despedirle, en ese plan. Me encantó.

Otro galán que se complace en mantenerse al borde del Sistema -así, con mayúsculas- es Robert Redford, que ha mantenido una trayectoria en la cima mucho más regular que la de Brando. Recuerdo especialmente Dos hombres y un destino, con Paul Newman, sobre los pistoleros Butch Cassidy y Sundance Kid... y su musiquita pegadiza sobre las gotas de lluvia que caen; me temo que, ahora que he empezado a tararearla, ya no me va a abandonar en lo que queda del día. Otra película muy entretenida, también con Paul Newman: El golpe, sobre las andanzas de una pareja de tahúres. Y me dice Internet que éstas dos fueron las únicas películas que ambos actores rodaron juntos. Qué pena.

En los años noventa se habló mucho de Una proposición indecente, en la que un multimillonario Robert Redford le ofrecía a Demi Moore y a su marido una elevadísima cantidad de dinero a cambio de acostarse con ella. La película la vi en un cine de Alicante con una chica, que en el momento de la oferta me susurró: ¡Qué idiota, ofrecer dinero, si todas nosotras nos acostaríamos gratis con él! En fin, que, para darle más verosimilitud a la trama, el director debería de haber contratado para el papel de millonario a Danny de Vito.

En cuanto a Paul Newman, a quien hemos perdido hace tan sólo medio año, ahí está, por ejemplo, El coloso en llamas, del que, como me suele pasar, recuerdo sobre todo dos secuencias: un ejecutivo está a punto de acostarse con su secretaria en el despacho cuando salta la alarma de incendio. En vez de ayudarla, se mete apresuradamente entre las llamas dejando a la chica atrás, semidesnuda. Y luego, la escena de la piscina, en la que no me detendré porque con estos artículos quería despertar el gusanillo del lector, no destriparlo. Ojalá Paul Newman, y el jefe de Bomberos Steve McQueen, hubieran estado en Nueva York aquella trágica mañana de mediados de septiembre...

Refrescando mi memoria, o tratando de atar estas líneas con algo más que alfileres -como quieran entenderlo-, he visto que entre el reparto de El coloso en llamas estuvo nada menos que Fred Astaire. Es verdad, lo recuerdo, haciendo de caballero -lo era- anciano pero animoso. Al principio de esta serie de artículos me preguntaba, con tristeza, cuánto hace que en nuestras pantallas no aparece una película de Fred Astaire y Ginger Rogers. Los argumentos de sus películas no me acababan de convencer cuando era niño; prefería las del Oeste, las de gángsters, o las de catástrofes naturales; pero ahí estaban aquellos momentos musicales, esos bailes que me dejaban con la boca abierta. Hoy en día diríamos que las piruetas, saltos y filigranas sincronizadas de Fred & Ginger eran obra de un ordenador. Tanto Matrix, y resulta que en los años treinta ya había una pareja capaz de bailar incluso en el respaldo de una silla.

Otra secuencia de baile que no he podido olvidar: Donald O'Connor, el actor con orejas de soplillo, haciendo una y otra carrera hasta la pared... poniendo los pies en el muro... y dando una voltereta, sin dejar de cantar Make then laugh. La película es Cantando bajo la lluvia, protagonizada por Gene Kelly. Una obra que es al mismo tiempo una comedia muy divertida, un musical excelente y un documental de historia, puesto que cuenta la transición del cine mudo al sonoro, que muchas estrellas no pudieron afrontar, bien por el cambio radical en la manera de actuar, bien porque tenían una voz desagradable, con acento, con frenillo, demasiado ruda o estridente...

Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario