viernes, 21 de agosto de 2009

Bayron y su muleta

No sé si ustedes recordarán unas imágenes, brutales, que todas las televisiones de España emitieron hace algunos años. A mí no se me habían olvidado, han vuelto a golpearme al ver una de las fotos, colgada ayer por un periódico al informar de una muerte.

Un campo de fútbol, una cámara que enfoca a uno de sus extremos, al pasillo estrecho ubicado entre las gradas y la parte trasera de una de las porterías. Un grupo de jóvenes alborotando, pegándose, rompiendo las sillas... hacia allí se dirige un vigilante de seguridad, un "segurata" vestido de ocre y marrón. De repente, media docena de energúmenos le rodean, empiezan a darle patadas y puñetazos mientras sus compañeros tratan de abrirse paso entre la muchedumbre para echarle una mano. Un trabajador, que un domingo por la tarde, en vez de estar paseando con su mujer y sus hijos, o reposando sentado en el sofá viendo la tele, ha tenido que ponerse el uniforme, los zapatos y echar dos o tres horas en un campo de fútbol, de espaldas al juego, para que nadie se mate.

Y ahora le están dando una paliza, trata de coger la porra para defenderse, pero sus agresores le retuercen el brazo, le tiran al suelo, le dan una patada en la cara... y de repente, por el lado derecho de la pantalla, aparece un hombre joven y empieza a darle golpazos con una muleta que -luego se supo- había traído uno de sus amigos, que pretendía dar pena al guardia de la entrada para que le dejase entrar gratis. Seguramente el falso tullido habrá entrado gratis, poniendo al vigilante de la entrada en un compromiso si le pillan colando a la gente. A lo mejor el hombre al que le ha dado pena el chaval, tan joven y ya con las piernas estropeadas, es el mismo al que en ese preciso instante acaban de partirle la nariz con la contera.

Después de la paliza, y gracias a las cámaras de televisión -ay, la televisión, esa ventana al mundo, que nos abre la mente, tantas veces insultada-, los energúmenos fueron detenidos y puestos a disposición judicial. No pasaron en la cárcel tanto tiempo como el que muchos les habríamos deseado, por esos atajos que los delincuentes profesionales conocen de carrerilla, que si aún no he cumplido dieciocho años, que si me voy a hacer un cursillo de macramé, que si ya llevo cinco días en el trullo y aún no me he pegado con nadie... en fin, si le valió a ese escupitajo ensangrentado de Iñaki de Juana, por qué no le iba a valer a una simple pandilla de matones.

El caso es que el individuo que destrozó literalmente la muleta contra la cabeza y el cuerpo de aquel vigilante de seguridad era un cartagenero que se llamaba Bayron -como lord Byron, que jamás usó una muleta, aunque él era cojo de verdad-, y que la semana pasada tuvo la mala suerte de matarse. Estaba en un parque, con unos amigos, manipulando una navaja que, según el informe del forense, no tenía más de un centímetro de hoja. Yo tampoco lo entiendo, no soy un experto en armas blancas, igual le había salido dentro de un huevo de chocolate. Bueno, pues parece ser que se puso a retar a sus colegas, jugando a que se la clavaba... con la mala fortuna de que se seccionó una arteria y murió desangrado ante la mirada incrédula del resto de la banda.

Pues eso. Que descanse en paz, que al fin y al cabo deja viuda y algún que otro hijo. Me ha parecido interesante comentárselo, porque es una muerte que resume toda una vida.

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