jueves, 6 de agosto de 2009

Las Trece Rosas

Ayer, 5 de agosto, se cumplieron setenta años de uno de los crímenes más repugnantes de la larga serie de delitos perpetrados por el Franquismo: el asesinato en Madrid de trece muchachas jóvenes, entre los 17 y los 29 años de edad, acusadas de tener una ideología de izquierdas.

El Franquismo supuso el retroceso de nuestro país hasta la época de las taifas o las tribus. Seres ignorantes, psicópaticos, acomplejados, canallescos, dirigidos por aquel general bajito, con voz de pito y un irrefrenable complejo de Edipo que se llamó Francisco Franco, con las armas de Hitler y Mussolini y las oraciones sanguinarias de la Iglesia, entraron a sangre y fuego en los pueblos de nuestro país y aniquilaron todo lo que oliese mínimamente a progreso.

A las trece jóvenes se las acusó de pertenecer al Partido Comunista de España y las Juventudes Socialistas Unificadas. Eso fue suficiente para hacinarlas en la cárcel madrileña de Ventas pocos meses después del final de la Guerra Civil. La llamo cárcel, porque ése fue su nombre oficial, pero en realidad durante la postguerra aquel recinto se convirtió en un verdadero campo de concentración, cuya capacidad oficial para 500 mujeres se multiplicó por nueve, llegando a haber más de 4.500 reclusas. Como era habitual en el Franquismo, el hambre, las palizas y las violaciones estuvieron a la orden del día, y había simpáticas monjitas que les recordaban a las presas jóvenes, con infinita y sutil maldad, que cuando salieran serían demasiado viejas para poder tener niños.

Algunas de ellas, cuando salieron, fue rumbo a la tapia más cercana, para ser asesinadas. Fue lo que sucedió en el cementerio madrileño de la Almudena a primeras horas del 5 de agosto de 1939. Un grupo de casi sesenta personas, sacadas de diferentes cárceles, fueron fusiladas por las hordas franquistas. Entre ellas estuvieron las trece jóvenes de izquierdas, que desde entonces han pasado a la Historia de España como las Trece Rosas.

Se llamaban Carmen Barrero, Martina Barroso, Blanca Brisac, Pilar Bueno, Julia Conesa, Adelina García, Elena Gil, Virtudes González, Ana López, Joaquina López, Dionisia Manzanero, Victoria Muñoz y Luisa Rodríguez de la Fuente. Cualquier Carmen, cualquier Luisa, cualquier Joaquina de las que llenan de belleza y alegría las calles de nuestros pueblos.

Han pasado setenta años. En la España democrática sigue habiendo borrachines que le ponen al móvil el soniquete del Cara al sol, para que lo escuche todo el mundo desde la barra del bar. Algunos hipócritas afirman que reconocer los crímenes de la dictadura y rendir homenaje a los inocentes equivale a abrir las heridas. Serán las suyas, las de los asesinos y sus cómplices, porque las de los parientes seguirán abiertas eternamente mientras en España quede una sola fosa común sin identificar. Más peligrosos son los alcaldes y concejales -suelen ser todos del mismo partido- que se niegan a retirarle a Franco el título de hijo adoptivo de su ciudad o mantienen calles y avenidas que ofenden a la dignidad de las víctimas y a la propia Constitución. Esa avenida del Generalísimo, esa calle de Jose Antonio o del general Sanjurjo, esa plaza de la División Azul que mantienen los pueblos más atrasados...

Pero no hay que irse tan lejos. El ex teniente general Jaime Milans del Bosch, miembro destacado de la División Azul hispanonazi, el delincuente con bigotillo que la noche del 23-F sacó los tanques a las calles de Valencia, yace enterrado con honor en el Alcázar de Toledo, porque durante la Guerra Civil "defendió" el recinto, es decir, que se atrincheró en él junto con otras decenas de delincuentes para que el legítimo Gobierno de España no les metiera entre rejas por haberse levantado en armas, traicionando su juramento de lealtad a su país.

En fin. La noche antes de su asesinato, Julia Conesa dejó escrito: "que nuestro nombre no se borre de la Historia". Que así sea.

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