sábado, 27 de junio de 2009

Envenenados

Tras una dura investigación, he conseguido la transcripción secreta de la conversación que mantuvieron en fechas recientes dos destacados dirigentes de la banda mafiosa ETA, después del fracaso del intento de matar al magistrado Baltasar Garzón metiéndole veneno en una botella de coñac.

No me ha hecho falta traducirla del euskera, ya que, de los dos asesinos, el uno es hijo de una medio gallega y de un señor de Burgos, y el otro no ha hablado en vasco en toda su vida. De manera que la ofrezco en su versión original, para que todos podamos comprender, de primera mano, la realidad de esta banda. Aunque no sé si tendremos los suficientes conocimientos de Veterinaria...


- Hallo?
- ¿Iñaki?

- Sí, buenos días, soy Ignacio, dígame...
- Iñaki, soy yo, el gudari Filemontxu, te llamo desde Euskal Herría.

- ¡Ah, coño, Euskal Herría, pues egunón eta aurrera boile!
- Lo mismo te deseo, camarada.

- Filemontxu, contigo quería yo hablar... ¡que me tienes contento!
- No me digas eso, Iñaki.

- Hay que currárselo más, Filemontxu. Así no se libera Euskal Herría.
- Si me lo he currado mucho, Iñaki. La idea del coñac envenenado era buena.

- No me vengas con cuentos, Filemontxu. Para atentados buenos, aquéllos que me curraba yo en los años ochenta. Comprabas todo el explosivo que podías, con el impuesto revolucionario o con la pasta que te daban los de Herri Batasuna...
- Si es que eso ya no se puede, que la maldita Ley de Partidos nos ha ilegalizado. Ya no podemos salir concejales, ni formar parte del Parlamento Vasco en la comisión de Derechos Humanos, como el compañero Josu Ternera.

- No me hables de Josu, que cada vez que me llama me pone la cabeza como una bomba, digo, como un bombo, diciéndome que a qué espero para pintarme la cara de azul y ponerme a liberar Irlanda Herría. Pero yo ya le he dicho mil veces que no puedo, que si me pilla mi Irati cogiéndole la sombra de ojos, me pega un guantazo que me deja temblando.
- Es lo malo que tiene estar casado, que acabas compartiendo los problemas. Y si no, que se lo digan a Ascensión García.

- ¿A quién?
- ¿No te acuerdas de ella?

- Pues la verdad es que ahora mismo... hazte cargo, ¡he matado a tantos!
- Sí, hombre, la mujer de aquel concejal de Sevilla, Alberto Jiménez Becerril. Salió a dar un paseo con su marido, y, claro, les pegamos un tiro en la nuca a los dos. Por eso comprendo que tu Irati se te cabree.

- Se cabrea, se cabrea, y luego me toca dormir en el sofá. Pero son sacrificios que asumo por el bien de Euskal Herría.
- Tú, porque eres muy modesto, Iñaki, pero por sacrificios menores hay compañeros que ya tienen una calle dedicada en Hernani o Rentería.

- Joder, pues mira en Igorre, que querían hacer pregonero de las fiestas a Guillermo Marañón, que acaba de salir de la cárcel después de haber tratado de matar a Juan María Atutxa en cinco ocasiones.
- Olé por los de Igorre. Si lo llega a intentar en siete, a lo mejor le hacen alcalde.

- No digas olé, Filemontxu, que es una imposición española.
- Lo siento, Iñaki. Quería decir aurrera.

- Aunque mejor no hablemos de los de Igorre, que precisamente ayer consulté su página web, y, ¿sabes qué es lo que dicen?
- Pues no...

- En Igorre son poco más de 4.000 personas. En la web reconocen que, a diferencia de la tendencia existente en el resto de la provincia de Vizcaya, ellos son un municipio que está creciendo de continuo. Mira, que te leo: hay una versión en euskera, pero yo lo tengo un poco oxidado por culpa de los años de cárcel que me impusieron los invasores españoles, aparte que mamá nació en el Tetuán español. Dicen que en Igorre "el crecimiento máximo se dio en la década de los 60 (33%) y 70 (28%), coincidiendo con la inmigración de municipios cercanos y de otras regiones, en especial de Andalucía, atraída por la actividad industrial". ¡Manda carallo!
- Eso no es euskera, camarada.

- Ya, pero es que, por culpa de la imposición española, nuestra cultura pentamilenaria ha sido incapaz de alumbrar una expresión equivalente al manda carallo con el que mis padres en casa remataban todos sus razonamientos. Pero no sólo es eso, sino que en otro rincón reconocen que fueron conquistados por los romanos. ¡Y luego quieren alardear de euskaldunes haciendo pregonero de las fiestas al compañero Txiki!
- ¿A quién?

- A Guillermo Marañón, hombre. Pero vamos a olvidarnos de Igorre, que me tienen contento. Han aceptado una oficina del Inem, el Instituto Nacional de Empleo de los españoles, y también tienen estafeta de Correos. Incluso una tesorería de la Seguridad Social.
- Pues no les ha sentado tan mal ser una parte de España...

- ¿Cómo dices, Filemontxu? Te oigo entrecortado.
- Que es una vergüenza el grado de dominación que han conseguido los maketos.

- No me tires de la lengua, no me tires de la lengua... Y no te vayas por los cerros de Úbeda, digo, de Ordizia.
- Ordizia, un pueblo precioso. Estuve allí hace unos años, cuando todavía se llamaba Villafranca de Ordicia.

- Como siempre, las imposiciones españolas, robándonos nuestra historia.
- Ya lo creo. En este caso, de Alfonso X el Sabio, que la bautizó así en el siglo XIII, cuando le otorgó el Fuero de Vitoria. Pero luego la razón se impuso y el lehendakari Garaikoetxea, que entonces se apellidaba Garaicoechea, se cepilló el "Villafranca", con sus setecientos años de historia, de un plumazo.

- Ordizia, cuna de nobles luchadores por la Patria Vasca.
- Ya lo creo, Iñaki; de allí era Yoyes.

- Aquella traidora que dijo que la ETA había dejado de ser una organización revolucionaria, y que éramos nosotros quienes le estábamos metiendo el miedo en el cuerpo a los vascos. A Yoyes amenacé yo mismo con pegarle un tiro, pero al final se me adelantó el compañero Kubati. La muy traidora estaba paseando por las fiestas de su pueblo, junto con su hijo de tres años, cuando nos la cargamos a tiros.
- Paseando con su hijo; ¡qué poca vergüenza!

- Una provocación. Por cierto, que cuando el pleno del Ayuntamiento de Ordizia decidió suspender las fiestas por la muerte de Yoyes, su propio hermano, que era concejal por Herri Batasuna, se negó a condenar el atentado.
- ¡Y que a ese patriota aún no le hayan dedicado una avenida!

- Se lo merece más que Kubati, que acabó diciendo que el miedo le impedía criticar abiertamente a la ETA.
- Lo mismo que Yoyes.

- Son los españoles, que les lavan el cerebro.
- A ti no te lo han lavado, Iñaki, tú sigues pensando en matar, y eso que te has pasado dieciocho años en la cárcel.

- Dieciocho años de cárcel, por matar a veinticinco personas. Es que estos españoles, además de imperialistas, son bobos. En cualquier otro país, por una sola de estas muertes me habrían aplicado la perpetua. Por lo menos. Por eso llevamos cuarenta años matando en España, y no en Francia...


(La conversación se interrumpe unos segundos, durante los que sólo se escuchan unas carcajadas. Después se escucha a Iñaki pidiendo a gritos una botella de champán, alejado del auricular, y luego el diálogo continúa.)


- Te decía, Filemontxu, que me tienes muy descontento.
- Que no me digas eso, Iñaki, que me duele.

- Pero, ¿cómo se te ocurre tratar de matar al juez Garzón poniéndole veneno en una botella de coñac?
- La idea era muy original. Hace años tratamos de matar al periodista Carlos Herrera metiendo una bomba en una caja de puros.

- Eso era más viril, más de chicarrón del Norte, más gudari... pero el veneno es cosa de nenas.
- El coñac me costó mucho comprarlo, ¿eh? Desde que nos lo han ilegalizado todo, cada vez es más difícil trincar la pasta, es decir, percibir el impuesto revolucionario. Estuvimos a punto de comprar una botella de vino tinto.

- Por motivos simbólicos, claro, porque al fin y al cabo el coñac es una bebida francesa, mientras que el tintorro es típicamente español...
- No, coño, porque el coñac cuesta una pasta.

- No te falta razón, Filemontxu. Hay que ahorrar, que luego nuestras pobres novias tienen que venir a vernos a la cárcel en autobuses de línea. Qué menos que un taxi para cada una...
- ¡Eso! Y que el viaje se financie con los impuestos de todos los vascos, como hacía nuestro amigo Ibarretxe hasta que los propios vascos lo echaron a la calle.

- Esas malditas urnas, siempre acogotando al pueblo vasco. Son nuestras principales enemigas, junto con los contenedores y las cabinas telefónicas.
- Te olvidas de los buzones, Iñaki; esos símbolos del imperialismo español.

- Malditos buzones... Escúchame, Filemontxu; y, ¿qué tipo de veneno ibais a utilizar?
- Bueno, pues por desgracia nuestro gran Sabino...

- Alabado sea siempre por los siglos de los siglos aurrera boile amén.
- Amén, Iñaki, amén. Pues por desgracia nuestro gran Sabino no escribió nada acerca de los venenos. ¡Líbreme el Señor de criticarle! Bastante liado estaba inventándose nuestra lengua, nuestra bandera y nuestra historia pentamilenaria, allá por el 1890... Sin duda cuando decía que la raza española era inferior a la nuestra, ya estaba pensando en alguna manera de erradicarla... sólo que en aquellos tiempos los venenos no estaban muy de moda. Como mucho, ya se empezaba a sospechar que el gas...

- Pero, ¿qué veneno ibais a usar, Filemontxu? Y date prisa, que ya es casi la hora de la comida, e Irati se mosquea si no pongo la mesa...
- La verdad es que teníamos pensado un compuesto que nunca falla: íbamos a coger un libro, de ésos que tienen letras, íbamos a arrancar un par de páginas y las íbamos a echar dentro del coñac, bien machacadas.

- ¡¡Un libro!!
- La idea era buena, ¿verdad?

- Es lo mejor que he oído en mis treinta años en el mundo de la delincuencia, digo, de la liberación nacional. Con lo dañinos que son los libros... Al compañero Txapote una vez le cayó una Constitución en la cabeza, y todavía se despierta de vez en cuando gritando de terror, porque le dio tiempo a leer dos frases seguidas.
- Oye, Iñaki... ¿es verdad eso que dicen que tu padre era un teniente falangista nacido en Burgos, tu madre hija de un militar destinado en Tetuán, que tú fuiste condecorado mientras hacías la mili y que llegaste a ser ertzaina?

- Bueno, pues sí, precisamente me acerqué al nacionalismo porque no quería ser igual que mi padre.
- ¿No querías ser español, como él?

- Mi padre era médico; yo lo que no quería era dar vida, yo prefería quitarla.
- Iñaki, yo no sé qué pagaría por una foto tuya con la cabeza rapada y el uniforme del Ejército, besando la bandera española.

- Bueno... pero te diré que, cuando besaba la bandera, me imaginaba que estaba besando al gran Sabino. También pensaba que, después de acabar la mili, me iba a tocar volverme a Legazpia a currar en la acería en la que mi padre trabajaba de médico... mientras que entrando en la ETA iba a tener comida y casa gratis.
- Por culpa de los españoles.

- Ya lo creo. La culpa siempre es de los demás. Bueno, Filemontxu, te dejo, que acaba de entrar Irati por la puerta. Qué sofocada viene esta chica siempre. Y cómo se le arruga la ropa; debe de ser del clima.
- Bueno, Iñaki; estamos en contacto. Ya que el veneno ha salido mal, seguiremos pensando en alguna otra manera original de asesinar. Te daré una pista: condones.

- ¡Como sois los jóvenes!
- Todo por Euskal Herría, Iñaki.

- ¡Arriba Euskadi!
- ¡Arriba!

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