sábado, 3 de octubre de 2009

A. E. I. O. U.

A.E.I.O.U. son las siglas de Anti Español Idiota Orgulloso y Ultra. Los estamos viendo salir de sus cuevas, ahora que España ha perdido las Olimpiadas de 2016, diciendo que se alegran de que el evento haya recaído en un país del otro lado del mundo. Ayer mismo, en el Facebook, a los diez minutos de saberse que los juegos se habían ido al Brasil, el amigo de un amigo dejó escrito en su muro un Uffff... menys mal!! ("¡Uf, menos mal!"), para que todos viéramos que para él, la alegría, la esperanza y el trabajo de tantos millones de españoles estaba suponiendo un suplicio.

Uno de los tópicos que el Facebook está destruyendo es aquella presunción de que los amigos de mis amigos tienen que ser necesariamente mis amigos; en mi caso, algunos de los más entrañables tienen en su agenda a auténticos imbéciles, como éste de Barcelona, que a renglón seguido añadía que iba a celebrarlo tomándose una caipirinya. Lo escribió así, con el dígrafo NY que en catalán equivale a la eñe, y que en portugués -en gallego no, por favor- debería escribirse como NH. Vamos, que el tío lo más seguro es que no sepa ni siquiera dónde está Río de Janeiro. Lo único que sabe es que los madrileños se han jodido, algo que para él debe de ser una auténtica alegría.

Los amigos de mis amigos no tienen por qué ser amigos míos, pero para muchos idiotas, y en especial para la variedad AEIOU, los enemigos de sus enemigos acaban siendo sus amiguitos del alma, como diría Paco Armani, digo Camps. Desde siempre se ha destacado el buen rollo que hay entre las aficiones del Barça y la Real Sociedad; una simpatía que nunca he acabado de entender, ya que nada hay en común entre Cataluña y el País Vasco; entre esa sociedad ilustrada de comerciantes enriquecidos, laica, progresista y centrada en una megalópolis europeizante... y esa otra sociedad cerrada en sí misma, conservadora, religiosa, arraigada en el campo y formada por trabajadores encallecidos. Nada une a Cataluña y Euskadi, si no es el elevadísimo porcentaje de inmigrantes andaluces, gallegos, castellanos, murcianos que han sacado sus fábricas adelante, y el odio que algunos de sus elementos profesan hacia "Madrid".

Las elecciones europeas nos dan otro ejemplo de hermandad forjada gracias al enemigo común: esos partidos nacionalistas vascos, catalanes, asturianos, extremeños, valencianos, gallegos, aragoneses, los unos con la estrella roja -ese digno símbolo al que han vaciado de significado de tanto emplearlo en vano-, los otros con el plácet de su iglesia regional. Unos tienen al Che, otros a monseñor Setién, pero a todos ellos les une el odio hacia los españoles. Y luego se presentan juntos a unas elecciones cuyo objetivo último es eliminar las distinciones entre portugueses y lituanos.

Volviendo al idiota que iba a regar el serrín de su mollera a base de caipiriñas, él se alegraba no de las sonrisas de los cariocas, sino de la decepción y las lágrimas de los "madrileños", entendiendo como tales a todos aquellos que se sienten -nos sentimos- cómodos y orgullosos cuando decimos que somos españoles. Que no quiere decir que nos consideremos mejores, más inteligentes o más guapos que los franceses, los portugueses, los yanquis o los bielorrusos; simplemente, que hemos nacido en España, y que, aunque no nos guste el deporte, para que se vaya a otro sitio, que se quede aquí. El mismo sentimiento que nos llevó a apoyar a Barcelona en 1992, nos ha llevado ahora a apoyar a Madrid en 2016. En cambio, un Anti Español Idiota Orgulloso y Ultra siempre se quedará con el otro país. Sin darse cuenta de que a él, en Río de Janeiro, Chicago o Tokyo, le meterán en el mismo saco que al madrileño, el huertano, el sevillano o el de Ferrol. Sin duda hay más diferencias, y muchísimos más agravios históricos, entre el urbanita de tez blanca, hijo de portugueses de Brasilia, el negro de la periferia de Sâo Paulo o el guaraní del Mato Grosso, que la que puede haber entre el facebookero de Aluche o del barrio de Gràcia. Entre el Manzanares y el Llobregat hay poco más de 600 kilómetros; entre Manaos y Río de Janeiro, cerca de 4.500. Y no me cabe duda de que todo Brasil ha sido un clamor, desde los meandros del Amazonas hasta los ríos de asfalto de sus grandes ciudades, al enterarse de que una de sus ciudades se iba a llevar las Olimpiadas.

He comenzado el párrafo anterior llamando idiota al amigo de mi amigo que sentía un gran alivio por que las olimpiadas se fueran a marchar del país al que, le guste o no le guste, pertenece. A mí no me gusta insultar de manera gratuita, de manera que les diré: esos antiespañoles son orgullosos porque se creen que pertenecen a una raza, o etnia, o secta, superior. En Cataluña y Valencia hay toda una serie de refranes y frases hechas que lo demuestran. Castellà, si no te l'ha feta, te la farà ("El castellano, si aún no te la ha hecho, ya te la hará"). De Ponent, ni gent ni vent ("De Poniente, ni gente, ni viento"). En fin, algunas perlas para las que en el resto de España no tenemos equivalente, porque yo no conozco ningún refrán castellano que se meta con los catalanes ni con los vascos, no siendo los chistes con los tópicos, que por otro lado están repartidos entre todos los lugares de nuestro país, y si no, que se lo digan a los de Lepe. Esos antiespañoles son ultras, porque se sienten más cercanos al currante de Río de Janeiro, al mestizo de cultura amazónica o a la mulata que baila samba (bendita cercanía en este caso), que al españolito de la provincia de al lado, con el que comparte no sólo la cultura, sino el pasado colectivo, las preocupaciones por la crisis y seguro que algún González, un López o un García en las cuatro generaciones anteriores.

Y esos antiespañoles son idiotas, porque unos juegos olímpicos repercuten no sólo en la ciudad escogida como sede, sino en el circuito económico más próximo, un circuito que, hoy por hoy, se rige por fronteras estatales. Barcelona 92 dejó su huella en toda Cataluña, en Valencia, en Andalucía y en Madrid, en forma de turistas que un día se cogieron el AVE o el avión, para conocer otras partes de España; de empresarios que aprovecharon la cita olímpica para explorar nuevos mercados; de profesionales liberales que decidieron arraigar cerca de Barcelona, esto es, en Zaragoza, en Alicante o en Getafe. De la misma manera, Río de Janeiro 2016 no va a suponer ningún beneficio para España, mientras que Madrid 2016 nos habría convertido en punto de encuentro mundial durante unos meses, y algún que otro dólar, o yen, o libra esterlina, o euro con el hexágono de Francia, se habría quedado cerca del Guggenheim, de la Torre del Oro o del Parc Güell.

Por eso hay que ser idiota para viajar en una balsa, y alegrarse porque el único remo que se ha quedado a flote se vaya a ir a la balsa de al lado. Aunque te sientas diferente, y por supuesto superior, a los que están compartiendo la misma suerte que tú.

En fin, el amigo de mi amigo se pasó semanas enteras soñando conque su Barça ganase la Copa del Rey de España; luego se sentó en un estadio, enfrente de los que llevaban semanas soñando conque el Atlétic de Bilbao ganase la Copa del Rey de España. Luego unos y otros se dejaron los mofletes en carne viva, silbándole al himno que para muchos de nosotros representa algo importante, y por fin se pasaron los noventa minutos siguientes esperando que sus fichajes senegaleses, o polacos, o británicos, o de las islas Seychelles, le dieran a su nación sin estado, o a su estado libre asociado, la Copa de Su Majestad el Rey. Claro que a lo mejor van por ahí los tiros, tal vez los AEIOU se han alegrado de que los juegos olímpicos se hayan ido a Río de Janeiro, porque sus mayores referentes, los mitos que hacen grande a su país, ese Ronaldo, ese Romario, ese Ronaldinho -o Ronaldinyo- han venido, precisamente, de Brasil. En fin, como dice ese catalán universal, ese gitano Peret: A, E, I, O, U... borriquito como tú...

No hay comentarios:

Publicar un comentario